Parte I
Así encontraron la comida y así entró el maíz por obra de los progenitores…y de este alimento proviene la fuerza y la grandeza y con él fueron creados los músculos y el vigor del hombre.
¡Hagamos triste la alegría!, gritaron al unísono para detener las lluvias que acababan con los seres humanos.
«…Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche. Sólo el Formador, Q’uq’ukumatz, los Progenitores, estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Q’uq’ukumatz, de grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza. De esta manera existía el cielo y también el Corazón del cielo, que éste es el nombre de Dios. Así contaban…» «…Se juntaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche. De esta manera salieron a luz claramente sus decisiones y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre.», cuenta el Popoh Vuh, libro sagrado de los mayas. «Así encontraron la comida y así entró el maíz por obra de los progenitores… y de este alimento proviene la fuerza y la grandeza y con él fueron creados los músculos y el vigor del hombre…»
De las grandes concepciones religiosas americanas destaca la del pueblo maya que influirá posteriormente en los toltecas y en el Imperio azteca. Éstos se ampararon en la divinidad de Quezalcóatl que «habría de regresar a su debido tiempo con sus huestes». No hacía falta más para ayudar a quitarse de encima la opresión azteca que también habían incorporado entre sus deidades la de la serpiente emplumada.
El pueblo del maíz construyó templos en la cima de pirámides escalonadas que representaban, como los zigurats sumerios, la montaña cósmica, y desarrollaron las matemáticas, la astronomía, la escritura y un saber profundo. Estaban gobernados por una casta sacerdotal sin que haya noticia de dinastías reales. La religión maya aseguraba la fertilidad que necesitaban los cultivadores del maíz y los sacerdotes; elaboraron un calendario más exacto que el gregoriano que les ayudaba a predecir el tiempo y a anunciar las fechas de la siembra o de la siega.
El universo maya era un cuadrado plano delimitado por un lagarto cuyo cuerpo está cubierto de símbolos planetarios. Su cosmogonía estaba centrada en la lucha entre los poderes superiores y los inferiores. Aquellos eran dadores de vida y aseguraban la fertilidad, por eso había que aplacarlos y contentarles por medio de los sacerdotes, que así se aseguraban el poder. Los poderes inferiores podían arruinar una cosecha, eran portadores de muerte, de sequías, de guerra y de hambre. La casta sacerdotal se encargaba de las previsiones, de almacenar el grano y de parlamentar con los vecinos si no podían someterlos y obligarlos con cargas y tributos. O esclavizarlos y matarlos si convenía para mantenerse en el poder.
La divinidad principal era Itzama, asociada al sol y al cielo que infunden su aliento a la tierra y a la humanidad que vive sobre ella. Otras divinidades importantes eran el dios de la lluvia, Chac -el dios del maíz-, el dios con cara de mono, el dios de la estrella Polar -que guía a los mercaderes- y el siniestro Cizin -dios de la muerte- que custodia las puertas del averno.
El juego de la pelota simbolizaba la lucha ritual en un campo que refleja la forma del Universo. El campo estaba situado en el área sagrada, cercana al templo. Jugaban dos equipos con una pelota de goma y empleaban las caderas y los hombros para intentar colocarla en la meta tallada en madera del equipo contrario. En el Popoh Vuh, bello y triste poema épico, se habla de los gemelos sagrados, Hunahpu y Zabalanque, ocupados en este juego contra los poderes del mundo inferior. Los jugadores representaban la lucha cósmica entre la oscuridad y la luz para mantener la fertilidad y al mismo universo. Los toltecas y los aztecas integraron este rito según su cultura. En ocasiones el juego terminaba con la muerte de uno de los equipos mientras los espectadores los contemplaban desde las gradas.