Estados Unidos ha actualizado un acuerdo de ciencia y tecnología con China, que se remonta a varias décadas, para adaptarse a la creciente rivalidad por el liderazgo tecnológico. El nuevo pacto, firmado el viernes tras meses de negociaciones, tiene un alcance más restringido y cuenta con salvaguardias adicionales para reducir los riesgos a la seguridad nacional estadounidense.
El Departamento de Estado señaló que el acuerdo preserva las protecciones de propiedad intelectual y establece nuevas barreras para garantizar la seguridad de los investigadores. Además, «promueve los intereses de Estados Unidos mediante disposiciones recientemente establecidas y reforzadas sobre transparencia y reciprocidad en el intercambio de datos».
Este nuevo acuerdo se limita a la investigación básica y no facilita el desarrollo de tecnologías críticas y emergentes, incluyendo aquellas relacionadas con inteligencia artificial y computación cuántica, que son consideradas esenciales para la fortaleza económica y la supremacía militar.
El primer acuerdo de este tipo fue firmado en enero de 1979, cuando ambos países establecieron relaciones diplomáticas para contrarrestar la influencia soviética, en un momento en que China se encontraba rezagada en ciencia y tecnología respecto a Estados Unidos y otras naciones occidentales. La última ampliación del acuerdo tuvo lugar en 2018, y se prorrogó temporalmente en 2023 y 2024 para facilitar las negociaciones. Washington consideraba que el acuerdo anterior no reflejaba adecuadamente el cambio en las relaciones entre Estados Unidos y China ni el ascenso de este último como potencia en el ámbito tecnológico. El nuevo pacto extiende la cooperación por cinco años.
A medida que la competencia tecnológica entre ambos países se intensificó, Estados Unidos impuso restricciones a la exportación de chips avanzados a China y limitó las inversiones estadounidenses en ciertas tecnologías que podrían fortalecer las capacidades militares chinas. La colaboración en ciencia y tecnología se enfrió en universidades e instituciones de investigación tras la implementación de un programa durante el primer mandato del expresidente Donald Trump, destinado a frenar el espionaje chino. Este programa concluyó en 2022 tras varios procesos legales fallidos contra investigadores y preocupaciones sobre posibles acciones legales con tintes raciales.
Deborah Seligsohn, profesora adjunta de ciencias políticas en la Universidad de Villanova, comentó que el nuevo acuerdo generará menos programas de cooperación gubernamental, pero su alcance limitado y sus salvaguardias más robustas permitirán mantener la colaboración «a pesar de una relación más complicada».
A principios de este año, el representante Andy Barr, republicano de Kentucky, destacó que décadas de cooperación habían llevado a Estados Unidos a «proporcionar todo tipo de conocimientos científicos y técnicos a científicos chinos», lo que podría considerarse como el mayor despliegue de experiencia científica y tecnológica estadounidense en la historia.
Por su parte, el representante Gregory Meeks, demócrata de Nueva York, argumentó que tanto Estados Unidos como la comunidad global se han beneficiado de las colaboraciones de investigación que han «previnido enfermedades, reducido la contaminación y profundizado nuestra comprensión de la historia del planeta». Sin embargo, Meeks expresó su apoyo a la supervisión del Congreso para asegurar que los proyectos respaldados por el acuerdo estén alineados con los valores e intereses estadounidenses.