Las tradicionales fiestas de la Navidad que, tan gozosamente, son celebradas en el mundo cristiano están llenas de expansivo júbilo, deseos de paz y amor, espíritu religioso, alegría desbordante y, también, de muchos recuerdos con la tristeza de las ausencias, especialmente para todas las personas que han dejado atrás, hace tiempo, la ruidosa y radiante juventud, que no conoce de penas y ve todo de color de rosa…
Estas fiestas tienen el misterio de convertirse todos los años en un oasis de paz, fraternidad y esperanza en medio de un mundo convulso y crispado por multitud de crisis, que quizá la principal sea la falta de amor en una humanidad dividida y enfrentada –de muchas maneras– por odios y luchas, que tanto nos agobian a lo largo del año con noticias desoladoras y dramáticas e, incluso, que nos afectan de algún modo. El atormentado mundo de hoy está muy necesitado del espíritu de la Navidad, que debía de durar no sólo unos pocos días, sino los doce meses del año. Estas fiestas a todos nos sugieren hermosos pensamientos que iluminan nuestras mentes. Una de sus facetas más destacadas puede ser la ilusión que, sobre todo, se manifiesta espléndidamente en los niños de mil formas…
Cuánto disfrutan los niños y nos hacen disfrutar a los mayores con su contento y ensoñación! Hagamos todo lo posible para que sus existencias se deslicen por este venturoso camino de satisfacciones y alborozo en todos los lugares de la Tierra. ¡Qué difícil empresa!, ¿verdad? Y, sin embargo, merece la pena trabajar por ella. ¿Que nada podemos hacer? Hay muchos modos. Y siempre tenemos a nuestro alcance, si somos creyentes, el eficaz recurso de la oración. Pidamos, pues, por todos los niños, sin distinción de raza ni pueblos. Ante Dios, todos son iguales…
El mundo mágico de los niños
Ángel Las Navas Pagán
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