viernes, enero 31, 2025
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Agosto en el horizonte: entre la democracia y el populismo

Las elecciones de agosto de este año serán particularmente decisivas para el futuro de Bolivia. En ellas, lo que se jugará será el retorno de la democracia (y, con ésta, de la tolerancia) o la perpetuación del populismo (y, con éste, del autoritarismo). Luego de casi veinte años de progresivo deterioro de las instituciones y aumento exponencial de la burocracia, Bolivia necesita retomar los caminos del Estado de derecho (es decir, del Estado sometido a la ley) y la meritocracia (es decir, del gobierno de los más capaces e idóneos), vocablo este último que, debido a las actuales tendencias que promueven un lenguaje “políticamente correcto”, puede sonar hoy como una especie de mala palabra.
Lo cierto es que, desde un punto de vista racionalista, una institución debe ser manejada por personas capacitadas para ello, además de honestas. Si las personas que trabajan en ellas no son ni capaces ni probas, la institución se corrompe y termina siendo un nido de corrupción e ineficiencia, como ocurre con varias entidades públicas bolivianas en la actualidad. El Proceso de Cambio del MAS introdujo la idea de que, dado que había habido tanta discriminación en el pasado, ahora se debía dar paso a otras personas en el poder. En el discurso, eso sonaba renovador e inclusivo, pero en la práctica derivó en instituciones corruptas y controladas por élites posiblemente tan discriminadoras como las que había habido antes en el mando de la nación. Por todo eso, hay que poner a la institucionalidad como prioridad. Sin embargo, la reconstrucción no se hará de la noche a la mañana, sino lenta y laboriosamente, ya que no se puede recomponer todo un país rápidamente, y menos cuando éste se halla en una crisis social y económica, como la que hoy azota a Bolivia.
Hoy en el mundo el dilema parece ser o democracia o totalitarismo. La primera representa la libertad, bajo un sistema de instituciones que se controlan y corrigen entre sí y permiten el desarrollo de la ciencia, la cultura y el progreso sostenible; el segundo, en cambio, representa el sometimiento, bajo una burocratización que amordaza a la prensa e impone una igualdad fáctica entre todos. Y esta igualdad —que, ojo, no es la igualdad ante la ley— va contra la naturaleza humana, siempre heterogénea y cambiante.
La práctica de los derechos humanos y la libertad pueden verse seriamente afectados en los próximos años si la ola populista sigue avanzando en el mundo; en este sentido, las nuevas tecnologías digitales pueden ser herramientas con las cuales aquella se perpetúe en el poder. Por ello, hay que mantener una actitud crítica y vigilante también frente a estos fenómenos disruptivos.
Con todo esto, no pretendemos santificar a los países liberales, siempre perfectibles y muchas veces injustos, sino defender la esencia genuina del sistema democrático, que, en la historia humana, es el que menos estragos ha causado. Además, es necesaria una vuelta al racionalismo, ya que las tendencias relativistas puestas en boga por los regímenes populistas han provocado una confusión de valores y la degradación de la convivencia humana.or todo esto, en agosto Bolivia tiene una cita clave con su historia.

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