Parece que el poncho andino fue predestinado para “cubrir la espalda” de los políticos en campaña electoral. Pero también lo usaron en dictadura con similar objetivo. Tal práctica continúa, pero ahora parece un acto folklórico. Quizá como el “boliviano” que, con su poncho y manojo de flores y hierbas medicinales, baila animadamente, entre bellas jaujinas, en la danza tunantada, del Perú. Un personaje que recibe el aplauso de las multitudes que se congregan alrededor de dicho baile.
Los políticos, sin estigmatizar a alguien, se ponen ese atuendo para llamar la atención del público y del electorado nacional, en particular. Así habrían logrado el respaldo de quienes usan esa prenda de vestir. Y representarían, aunque coyunturalmente, a la población rural, que tiene una cultura milenaria. Cuya inquietud es lograr mejores condiciones de vida. En sus duras labores cotidianas.
Pero del dicho al hecho dista mucho. No basta ponerse el poncho y bailotear, ni limitarse a probar la comida comunitaria. Si utilizaron ocasionalmente esa prenda deberían reflexionar sobre la suerte de los occidentales del agro, que tienen muchas necesidades. En ese marco, deberían proponerse en principio estabilizar el costo de la canasta familiar, que se encuentra en las nubes. Tampoco deberían permitir que la crisis económica acabe con las esperanzas populares. Deberían apoyar las iniciativas de producción alimentaria. Evitar la deserción escolar y generar empleo para que jóvenes no migren a países vecinos en busca de un futuro mejor. No solo pavonearse provocando falsas expectativas. Desgraciadamente, una vez instalados en el Poder, como se ha visto tantas veces, priorizaron a sus regiones, a sus congéneres y se olvidaron del poncho andino. De sus promesas y ofertas electorales. De los lugares donde fueron bien acogidos. Donde fueron vitoreados a viva voz. Solo buscaron enriquecerse con recursos del empobrecido Estado Plurinacional. Y surgieron, como sabe la opinión pública, los nuevos ricos.
En el valle, el trópico y oriente bolivianos, la gente no acostumbra usar esa prenda tan arraigada en el occidente. Prefiere prendas de vestir livianas, por el clima caluroso y sofocante. El poncho andino, que refleja al ancestro nativo, marcó historia en el pasado remoto. En las luchas independistas, indudablemente. Y ahora es determinante en la actividad política. Por ello los candidatos a la Presidencia lo compran para lucirse en los actos de proclamación. Y prefieren el color rojo, habiendo otros de diferentes colores. El poncho andino en ciertas instancias de la sociedad representa autoridad, a pesar que alguna vez lo llevaron para cometer tropelías censurables. Lo usan niños, jóvenes y adultos, como el abrigo en las ciudades. Inclusive algunos “morenos” se dan el “gusto” de bailar llevando el poncho de vicuña. Pretenden jerarquizar la “morenada”, introduciendo el poncho andino.
En suma: que los políticos no se limiten a ponerse por un momento el poncho, sino trabajen de manera desinteresada por el bienestar de los occidentales de poncho. ¡Ojalá Dios los ilumine!
Uso del poncho andino
Severo Cruz Selaez
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