La población, aún cansada y más decepcionada por las conductas de muchos políticos, se ha visto obligada en estos días a soportar acusaciones de algunos alcaldes y gobernadores al posesionarse y tomar conocimiento de lo que ocurre en las dependencias que deberán administrar. Lo grave, malsano e inmoral es que sin conocer lo que estará a su cargo y responsabilidad, algunos funcionarios –alcaldes, especialmente– lanzan acusaciones contra su antecesor inmediato, enrostrándole delitos que, casi con seguridad, no han sido cometidos y que tienen explicación de gastos justificados.
Ante los casos que se presentan, la población se pregunta: ¿Qué poderes extraordinarios tienen los nuevos, si nada ha sido comprobado? ¿Por qué la saña con que actúan si nada les consta? ¿Por qué, antes de elecciones y cuando sabían lo que ahora denuncian, no lo hicieron público, especialmente quienes tenían a su disposición medios de comunicación para su respectiva difusión? ¿Por qué la inquina y ningún respeto por la misma población de haber ocultado lo conocido previamente y denunciarlo porque se ha “ganado” el voto y ahora ocupa el cargo? ¿O cree que la nueva situación le da poder y capacidad para juzgar y condenar hasta lo desconocido, sin interesarse por conocer qué se hizo, cuánto se gastó y cómo se justifica plenamente?
Decepcionante es la conducta de quienes se mostraban “plenos de valores” para ocupar cargos tan importantes. Es frustrante que recién, con las nuevas funciones, se conocerá al personaje que acusa, y surge el interrogante sobre ¿qué le espera al departamento o municipio que tendrá a su cargo? Con ligeras diferencias, las preguntas pueden aplicarse a los que se van dejando el cargo ejercido: ¿Por qué acusar indebidamente a quienes no se les conoce antecedentes? ¿Cómo sopesan y juzgan lo todavía no hecho y menos demostrable?
Para la población –muy decepcionada– queda un semillero de dudas sobre el futuro. Los problemas adquieren matices más complicados si las nuevas autoridades no saben de virtudes que puedan generar valores; que no sepan de respeto y consideración y lo único que demuestran con sus acusaciones (tal vez falsas y sujetas a las explicaciones del caso). La esperanza radicaría en que se cambie procedimientos y se aprenda que los derechos de uno terminan donde empiezan los de otros. Y hay que ver ¡qué pasa para juzgar, condenar o aplaudir! ¡Cuidado! Fácil puede resultar que “Con la vara que mides…”.