- Por: Márcia Batista Ramos – Escritora
La ciudad como tema literario, fue eternizada por varios escritores: São Paulo por Mario De Andrade; Lisboa por Fernando Pessoa; Buenos Aires por Jorge Luis Borges; Praga por Franz Kafka; La Paz por Jaime Sáenz; entre tantos otros grandes literatos que lograron captar el alma de la ciudad de sus amores y la plasmaron con gran belleza. Corroborando con la idea de que el espacio público causa un gran fascino para los escritores, como si de una especie de obsesión se tratara.
Es en el ambiente de la ciudad donde surgen en la década de 1920 los movimientos de vanguardia, en Europa y en Latinoamérica. Es en los centros urbanos importantes donde surgen las poéticas urbanas y se diseminan en sus respectivos contextos culturales.
Las ciudades poéticamente erigidas, como metáfora interpretativa de la experiencia humana reflejan el hombre en su relación dialógica con el espacio social. Los literatos confieren, metafóricamente, al espacio urbano un sentido que supera su funcionalidad, mostrando una ciudad, que siquiera es percibida por sus habitantes.
Así, hay una La Paz que sólo es visible a partir de los textos de Jaime Sáenz, esta ciudad que surge de su pluma embriagada, una ciudad con calles plagadas de nostalgias e historias que tienden a desaparecer con el paso de la modernidad, con trozos de arquitectura tirados sobre sus calles empinadas, con la montaña en el horizonte, y con personajes, tan densos que se eternizan.
El escritor paceño, Jaime Sáenz (1921-1986), al igual que el argentino, Jorge Luís Borges (1899-1986), que siempre utilizó Buenos Aires como tema recurrente en su literatura; y más que un paño de fondo para sus poemas y cuentos fue muchas veces, personaje de sus obras; la ciudad, para Borges, fue la materia prima de su producción; así, también Jaime Sáenz, en su poesía, novelas, relatos y ensayos, se identifica con la ciudad de La Paz y la recrea de forma extensa y hermosa, con sus habitantes y espacio urbano; dejando claro que la ciudad de La Paz fue su espacio vital y el imborrable trasfondo de su obra.
A través de la obra de Jaime Sáenz, la ciudad de La Paz adquiere un carácter legendario. Él hace posible conocer La Paz sin tener que ir a la ciudad, y lo hace de forma poética, a través de su literatura:
«Ni siquiera la fea plataforma de cemento, que tan solo data de unos cinco o seis lustros atrás, ha sido suficiente desatino para menoscabar el inexplicable, frío y austero encanto de la Garita de Lima, la populosa a la par que desolada plaza paceña, en la que suelen reunirse los desocupados, los vagos y malhechores de los barrios altos; en la que fenecen las calles Max Paredes y Tumusla, y en la que esta última cambia de nombre y se convierte en la avenida Batista, que sigue su curso hasta el Cementerio General para fenecer a su vez en las puertas de Villa Victoria. (…)».
Además, especialmente, en su libro: «Imágenes Paceñas- lugares y personas de la ciudad», (1979), Jaime Sáenz, desentraña los misterios de la ciudad de La Paz y de sus habitantes, contraponiendo una realidad superficial a la realidad profunda. Así, hay una ciudad que «se exterioriza», dice Sáenz- y otra que «se oculta». A Jaime Sáenz le interesa dirigir su atención a la segunda; recreando en su imaginario la ciudad que va a transitar en su mente a la eternidad, y escribe:
«Dado por sentado que la ciudad de La Paz tiene una doble fisonomía, y admitiendo que mientras una se exterioriza la otra se oculta, hemos querido dirigir nuestra atención a esa última.
Pues en efecto, lo que aquí interesa es la interioridad y el contenido, el espíritu que mora en lo profundo y que se manifiesta en cada calle y en cada habitante, y en el que seguramente ha de encontrarse la clave para vislumbrar el enorme enigma que constituye la ciudad que se esconde a nuestros ojos».
A través de su obra uno logra pasear por una ciudad que en realidad son muchas, donde se puede identificar una ciudad moderna y cosmopolita acorde con nuestro conocimiento sobre la importancia de la urbe paceña en el escenario nacional; y otra que se mueve en un tiempo y en un espacio estrictamente definidos, que solamente tiene sentido para aquellos que la habitan y conocen ciertos recovecos, que representa cierto caos e ininteligibilidad para quien la observa. Y entonces, Jaime Sáenz, escribe así:
«¿Quién puede explicar el extraño encanto de la Garita de Lima?
Nadie. Ni siquiera un paceño.
Únicamente el morador de la Garita de Lima».
También describe personajes paceños que constituyen en sí mismos una incongruencia al ser la esencia de una ciudad que, en cierta forma, los invisibiliza al tiempo que los hace desaparecer. Es la dualidad de la ciudad aparente, como la llama Jaime Sáenz, con la ciudad mágica que permanece oculta a la visión más pragmática. De ahí la mirada nostálgica de Sáenz.
Jaime Sáenz era dueño de una visión muy particular y original del mundo, tenía un modo singular de abordar temas y conceptos como el tiempo y el espacio, el destino y la realidad. Se dedicó a leer el contexto urbano paceño en transformación cimentando una obra literaria de relevancia, que sobrepasa el horizonte andino para ser estudiada tanto en Europa como en Norteamérica.
Sáenz, en su tierna juventud, viajó a Alemania en 1938 donde asimiló ventajosamente las técnicas modernas de la creación literaria y artística. Lector curioso, desde temprano, Jaime Sáenz, adquirió conciencia de las nuevas tendencias de la literatura mundial, mostrando predilección por el compositor austríaco del romanticismo germánico Antón Bruckner. Fue en Europa donde su personalidad fue cultivada con los filósofos Arthur Schopenhauer, Hegel, Martin Heidegger y los escritores Thomas Mann, William Blake y Franz Kafka.
Sáenz fue escritor, poeta, novelista, dramaturgo, ensayista y dibujante; es reconocido por haber elaborado una de las obras literarias más hermosas de las letras bolivianas. Dejando a su muerte los siguientes títulos:
Poesía: «El escalpelo», (1955); «Aniversario de una visión», (1960); «Visitante profundo», (1964); «Muerte por el tacto», (1967); «Recorrer esta distancia», (1973); «Bruckner. Las tinieblas», (1978); «La noche», (1984).
Cuentos: «Los cuartos», (1985); «Vidas y Muertes», (1986); «La piedra imán», (1989).
Novela: «Felipe Delgado», (1979); «Los papeles de Narciso Lima Acha», (1991).
«Obras inéditas», (1996).
Drama: «Obra dramática», (2005).
Miscelánea: «La bodega de Jaime Sáenz», (2005).
Otros: «Imágenes paceñas», (1979); «Al pasar un cometa» (1982); «Tocnolencias», (2009); «Calaveras».
Al buscar nuevos caminos en la modernidad periférica en que vive, Jaime Sáenz, encuentra lo eterno y la novedad de lo transitorio en la ciudad que está invisible a simple vista y rompe, así, con los límites de la tradición clásica o modernista y busca nuevos caminos en la modernidad periférica en que vive.
En «Imágenes Paceñas», Jaime Sáenz confiere vigencia a la noción genuina Borgiana, de que la literatura siempre tuvo como cuna natural la ciudad, que el lenguaje de la ficción, aunque hable de temas rurales, se expresa en el lenguaje citadino. Y es así, en su leguaje netamente citadino que, Jaime Sáenz, describe al «Aparapita»:
«(…) El aparapita está siempre en la ciudad, y, no obstante, al mismo tiempo habita el Altiplano, y se encuentra aquí y se encuentra allá, sin moverse de su sitio. Y eso por obra de una fuerza que, al haberse encarnado en la tierra hecha hombre, hace de éste un ser omnipresente».
La ciudad de La Paz encanta y también desencanta a Jaime Sáenz, marcando la estética de una época. Mostrando algunas imágenes que ya no pertenecen al tiempo sino a la memoria, tiñendo el texto de un color melancólico.
Jaime Sáenz al leer su contexto urbano en transformación concluye:
«(…) si el hombre busca un remedio allí donde precisamente no lo hay, es porque la soledad no se remedia sino con la propia soledad.
De ahí que la magia de la ciudad, si se quiere, no es otra cosa que la magia de la soledad».
Quedó registrado que las veladas nocturnas con Jaime Sáenz fueron hasta el momento de su muerte, un espacio marginal y rebelde de rico intercambio intelectual. Los «Talleres Krupp», la habitación donde Sáenz recibía a sus visitas, se convirtió en una institución, donde la edición de revistas literarias, el juego de dados, la música de Antón Bruckner o de Simeón Roncal, las charlas sobre Milarepa y las lecturas de poemas fueron la tónica permanente.
Como también, se dice que el trato con Sáenz era muy exigente. Las relaciones con sus amigos se mezclaron más de una vez con lo maravilloso y lo tenebroso en experiencias poéticas y mágicas, con resultados no muy felices. Así nació el mito de Sáenz amigo de lo oscuro y de la magia, el iniciado y el alquimista… En realidad, esta imagen fue creada por la desconfianza y el temor ante un ser que se negó a participar en la «normalidad» de una vida que encontraba falsa, en una sociedad cerrada, con dificultad para apreciar «lo nuevo» y dificultad para convivir con lo «distinto».
Jaime Sáenz, en su obra literaria, fue genuino al centrarse en la ciudad, reconociéndose naturalmente, hijo de la urbe que corre por sus venas con palabras, susurros, mutismos, patios y sentimientos que se ocultan entre callejuelas y modernidad que acecha.
El escritor paceño no construye una obra calcada en la memoria, sino en el desvarío del presente, en el momento de la vivencia. Provocando una verdadera revolución en la tradición literaria y artística de nuestro país. Tanto así, que ha influenciado en gran parte de los actuales artistas de Bolivia. Incluso su importancia se ha sentido en las nuevas generaciones de videastas y cineastas.
El contexto histórico de la época es el culto a la modernización y el espacio sufre el impacto dese pensamiento. La tradición cede lugar a lo nuevo. En las calles, mucha gente transita y el choque anónimo de las personas confiere nuevo estilo de vida urbana. Entonces el proceso de verticalización de la ciudad es descrito así por Jaime Sáenz:
«Esta zona residencial de La Paz tiene un extraordinario encanto, con extensas y bien cuidadas avenidas, con árboles ornamentales y con amplios y acogedores parques, en cuya intimidad, en espacios umbríos, se puede respirar aire puro -y este encanto precisamente, si aún conserva su lozanía, es porque el desmedido impulso del progreso todavía no se ha manifestado en su verdadera magnitud, aunque sus estragos se pusieron ya de manifiesto en la forma de altísimos edificios, los cuales vienen a romper la harmonía y a deteriorar la atmósfera y el paisaje de la ciudad toda, y no solo ya de Sopocachi».
Jaime Sáenz verbaliza la ciudad de La Paz siempre evocando los lugares ligados a su vida, y los espacios y personajes observados por su mirada juiciosa: los barrios que gustaba recorrer en sus largas caminatas, los bares y tiendas donde frecuentaba y conocía a otros interlocutores que se hacía, eventualmente amigo. No se centra en la ciudad del presente como fin en sí misma, como el espacio por excelencia del movimiento de la modernidad, de lo fragmentario, de la transitoriedad contingente. Más bien construye, a partir de la cartografía urbana del presente, una cartografía del pasado que se sustenta en el mito de una ciudad eterna. Y escribe:
«Extrañamente, querría decir que una ciudad es indestructible».
Se puede inferir, a través de su obra, que esa relación de Jaime Sáenz con La Paz, su ciudad natal, fue tensa y su prosa está permeada por sentimientos de encantamiento y desilusión. Al tiempo que retrata el encantamiento, también retrata el tedio, el vacío, la fragmentación y la muerte en la ciudad que se moderniza.
Seducido por los barrios populares, infatigable lector, desdichado en amores, tal vez por declararse bisexual; bebedor en oscuros cafetines, y aficionado a una música que los demás no conocían (Antón Bruckner). Es Jaime Sáenz quien logra verbalizar a la ciudad de La Paz con su pluma embriagada de alcohol y de nostalgias.