Muchas veces, cuando tenemos conocimiento de lo mucho que debemos saber sobre nuestra realidad, llegamos a la conclusión de estar en el extremo del subdesarrollo educativo y recién tomamos conciencia del bajo nivel de conocimientos que tenemos, que nuestra educación es incipiente porque el estado de conocimientos adquiridos en los diversos estratos de la educación primaria y secundaria no ha sido el óptimo y necesario para acceder a las universidades en pos de una licenciatura y seguir hasta el logro de altos grados profesionales. Por ello, se ha insistido en la necesidad de unir a toda la familia boliviana con la finalidad de vencer los altos índices de pobreza causantes, en buena medida, de los bajos promedios educativos que tenemos.
Vivimos en tiempos en que el ser humano puede y debe vencer sus limitaciones en base a lo que es, a lo que sabe y a lo que puede conseguir mediante los incrementos de conocimientos, adentrarse en campos de la tecnología y las ciencias y alcanzar altos sitiales en el perfeccionamiento profesional. No podemos seguir descuidando lo que sabemos es vital para enmendar todo lo malo que nos ocurre sino para superar viejos antagonismos, atrasos y un sentimiento de complejo que, lamentablemente, ha dominado la conducta de la mayoría de nuestro pueblo que no siempre tuvo oportunidad de alcanzar sitiales importantes en los campos de la educación, la cultura, las tecnologías en boga por el mundo y las ciencias debido especialmente a las condiciones de pobreza que han dado lugar a muchas carencias, especialmente en los campos de alimentación, salud, educación y especialización académica alcanzados en casi todos los países ricos y desarrollados y logrados –aunque no del todo — en varias naciones del segundo y tercer mundo que no se arredran ante nada para alcanzar cimas importantes.
Innegablemente, no podemos seguir en Bolivia en condiciones de un “status quo” indefinido; por ello, tanto el gobierno como las instituciones públicas y privadas, deben tomar conciencia de la urgencia de vencer esa situación y proceder al estudio y cambios radicales en nuestros sistemas educativos tomando conciencia de que, postrados mentalmente, sólo retrocederemos a estados más lamentables que los padecidos hasta el presente. Es tiempo, pues, de cambiar, de vencer complejos y conductas retrógradas, trocándolas con los beneficios de la educación y las ciencias para valernos por nosotros mismos.
Cualquier empeño debe ser llevado a cabo por el gobierno y por todo el sistema institucional; la actividad privada tendrá que jugar papel importante y decisivo; los profesionales en ejercicio especializarse y aumentar el caudal de sus conocimientos; en otras palabras, gobernantes y gobernados empeñarnos en alcanzar objetivos supremos y no estancarnos en las simas de la pobreza, la resignación y la creencia absurda del “paciencia y buen humor” que siempre estuvo acompañada de una constante: “…no hay mal que dure cien años…”, posición digna de la estulticia y de la carencia de coraje y dignidad.
Sin unidad ni educación es imposible superar la pobreza
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