¿Estamos mejor que hace 50 años? Hace medio siglo gobernaba el general Torres, antes había sido Ovando y luego sería Banzer. Los tres eran dictadores de distintas tendencias. Pero el país, en relación con sus vecinos, ¿era mejor que ahora? Claro, eran tiempos de Guerra Fría, de cruentos enfrentamientos entre izquierdas y derechas; era épocas en que la URSS se disputaban con Estados Unidos el dominio en Latinoamérica. Los soviéticos a través de su peón más avanzado que era Cuba, sembradora de guerrillas; y USA utilizando a los ejércitos, a algunos de cuyos jefes entrenaba en la Escuela de las Américas. Los primeros alentaban la guerra revolucionaria y los segundos, como contraparte, la doctrina de la seguridad nacional.
El tema estaba definido. Alternativamente las naciones se alineaban con una potencia o con otra, al margen de lo que dijeran en las calles y universidades los ciudadanos. Y decimos alternativamente, porque así se sucedían en el poder las izquierdas pro soviéticas y las derechas adeptas al Pentágono. El voto valía poco en Latinoamérica en aquellos años o no valía nada, porque la vocinglería popular callejera era, generalmente, acallada por las marchas militares. Era la época que yo califiqué, hace mucho, como de “la izquierda guerrillera y la derecha cuartelera”. Ninguno atinaba por la democracia.
¿Después de medio siglo estamos mejor? Sí, estamos mejor en sentido de que votamos casi todos los años, que existe libertad para expresarse, que hay menos tanques y desaparecieron los toques de queda. Pero, ¿hemos aprendido algo después de vivir aquello? Da la impresión de que cuando se derrumbó la URSS y dejamos de interesarles a los gringos, hubo un momento de cierta moderación y progreso, pero luego nuestros políticos enloquecieron, se “estupidizaron”, se envanecieron, se sintieron dueños de su mundo, convencidos de que los militares no podrían tocarlos por la censura internacional a las dictaduras. Ahora estamos rodeados de politiqueros privilegiados a quienes se les permite gobernar, aunque sean iletrados.
Desde entonces vivimos una democracia de latrocinio e ineficiencia. Nuestros jóvenes, los que ahora tienen 30 años, no tienen noción de lo que fue Bolivia, y saben solo las cosas ciertas o falsas que oyen sin mayor interés; y los que tienen 60 solo recuerdan lejanamente la última dictadura militar como una etapa deplorable. Creen que están viviendo en el mejor de los mundos, que nada puede haber mejor que la democracia, este enredo lamentable. Pero lo que no saben es que están muy lejos de vivir en una verdadera democracia; que este sistema de gobierno es tramposo y que está montado e inventado para que manden los más pícaros.
El populismo, más de izquierda que de derecha, se ha extendido por todas partes como una plaga, en especial por nuestro continente. Esto está provocando un alarmante debilitamiento del sistema de derecho. Hasta las democracias más consolidadas como la chilena está sufriendo los embates de turbas descontentas que arrasan y queman todo lo que encuentran, como las hordas mongólicas de hace siglos. Basta con ver a Venezuela, antaño nación envidiada y hoy convertida en un territorio de hambruna, violencia y destierro. Para no hablar solo de Bolivia que ha soportado 14 años de ineficiencia y corrupción, es suficiente con mirar a nuestra vecina Argentina, a Ecuador, a Perú y ahora a Colombia, todas con diferentes matices. Y no sabemos cuál será el destino del gigantesco Brasil, hervidero de pobreza y descontento.
Pero, Colombia y Perú es lo que debe preocupar más al sistema interamericano. Lo de Colombia es una irracional subversión alentada por las FARC y otros grupos armados, saldos de las décadas de una irracional guerra civil. Si tumban a Duque, a quien se le atribuyen los atropellos, o si Duque es relevado por militares, podría suceder en Latinoamérica un “efecto dominó” donde el mundo occidental, impotente, mire hacia otro lado en vista de que Latinoamérica se ha tornado una hija incontrolable. Lo mismo sucedería con Perú si gana Castillo, porque después de soportar el cambio de mandatarios cada año, las FFAA podrían tomar el poder como un acto de responsabilidad. Y no hablemos de Chile, que, caminando a la elección de una nueva Constitución, su horizonte democrático no es el mejor.
Si la democracia en nuestra región no muestra señales de eficiencia y orden, si no sale del desprestigio en que ha caído, tiene que llegar la solución por el desastre. Es de esperar que los años de elecciones de malos candidatos, que las denuncias de corrupción, ineficiencia y narcotráfico, no llamen nuevamente a los militares a tomar la posta. Si cae un país, caerá el resto.
¿Cuál es el destino de nuestra democracia?
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