lunes, septiembre 2, 2024
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Día de Todos Santos y Difuntos

La costumbre es ancestral aimara, herencia de los colonizadores y desde la colonia se establece que el 1 y 2 de noviembre es una celebración del Día de los Fieles, fiesta de Todos Santos y Difuntos. Tiene un origen en el cristianismo antiguo que fue obtenido mediante la Iglesia Católica en Roma en 1311.
La creencia de que los espíritus llegan a la tierra en el Día de los Difuntos puede adjudicarse a lo que se conoce como purgatorio, pues las penas se purgan en un lugar intermedio entre la tierra y el cielo.
Esta festividad es católica, no se debe ingerir bebidas alcohólicas porque no es fiesta pagana, es una celebración del Día de los Difuntos, y se recuerda a los seres queridos que han dejado este mundo de lágrimas para pasar al más allá. Es el día de encontrarse -en la mente y espíritu- con aquellos seres que se hallan descansando en paz y gozando junto a Dios. Así lo cree la gente religiosa, católica, cristiana que besa la cruz santa y se arrodilla y no así de aquellos izquierdistas, comunistas, socialistas que levantan el brazo izquierdo haciendo promesas que incumplen.
Es una milenaria tradición en que amas de casa, familiares y amigos del difunto, preparan la “mesa de los muertos” para recibir con recogimiento espiritual a las almas benditas que llegan a medio día del 1 y visitan a sus deudos y se van al medio día del 2.
En un sitio preferido de la casa esta arreglada la mesa con la fotografía del difunto o la difunta, generalmente en la sala de recepción. Se pone en ese mueble fúnebre: masitas variadas, bizcochuelos, tantha-wawas, panales, maicillos, frutas dulces y chicha morada que son típicos del “Día”, además de velas encendidas y flores. Se sirve al segundo día las comidas preferidas de los difuntos. Se cree que cuando la habitación está sin gente, el alma del difunto bebe y come lo que más le gustaba en vida.
En el altiplano y zonas marginales, se coloca cigarrillos, coca, alcohol, pisco y masas con rostros de niños. La habitación se adorna con guirnaldas, papel morado y flores.
Existe otra ceremonia, cuando el finado está pasando su primer año, los familiares cumplen un rito especial ante el altar preparado en la sala de visitas o la habitación del ser fallecido, se coloca su retrato, se enciende velas y un crucifijo es cubierto con velo negro o morado, para hacer orar a los concurrentes e invitarles comida, masitas, chicha de maíz y caña.
Los parientes no son los únicos que rezan a sus muertos, en los cementerios hay gente que recorre el campo santo; niños y ancianos de ambos sexos que van al panteón a rezar y cantar canciones religiosas, “que se reciba la oración” expresan luego de orar y reciben obsequios de panecillos con figuras humanas, de animales hechos de harina, pintados con airampo rosado, maicillos y de comida, un plato de ají de arvejas. Se dice que, con estas manifestaciones, el alma bendita se sentirá contenta, sabrá que se la recuerda con amor y luego de haber compartido por 24 horas con sus seres vivos, retornará a los cielos, satisfecha por haber comprobado que sus allegados continúan añorando su presencia.
Nadie sabe cuándo, cómo y dónde uno dejará de existir, puesto que nadie tiene la vida comprada. Para los buenos, la muerte es un puerto de descanso, para los malos, es un naufragio. Después de dejar este mundo cada uno tendrá que comparecer ante la presencia de Dios para ser juzgado. Jesús claramente dice que todos resucitarán, sea para la “resurrección de la vida” o para la “resurrección de la condenación”. La muerte es la consecuencia, es el pago del pecado, es el fin de la existencia terrenal. “La vida no es más que un sueño”.

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