domingo, septiembre 1, 2024
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El día de Todos los Santos no es el día de los difuntos

Para muchos la diferencia entre la celebración del día de Todos los Santos y el recuerdo de los fieles difuntos no es novedad, pero en la gran mayoría de católicos hay una confusión que les hace caer en el error de que ambos son una sola fiesta del calendario litúrgico con denominación indistinta o electiva, de modo que se celebra dos días.
Es cierto que ambos días orbitan alrededor de un tema común: la muerte, pero por eso mismo, son dos celebraciones distintas. La riqueza cultural de nuestro país en fechas como éstas, sumada a una arraigada tradición de espera a las almas de sus seres queridos, ha ocasionado que en nombre de las costumbres sean practicados ritos que nada tienen que ver con la fe católica, por lo que, sin descalificar ciertas expresiones nativas, delimitar acontecimientos como estos se torna importante en el crecimiento espiritual del pueblo de Dios.
Todos los creyentes sabemos que la Iglesia Católica tiene una galería de cientos de santos que desde el Siglo X de nuestra era han superado procesos dirigidos a la demostración científica y espiritual, según los casos, de haber sido instrumentos para hacer milagros. Pero esos son los santos, digamos, individualizados o reconocidos; mas a lo largo de la historia, y en el futuro, han existido e irán existiendo millones de santos que, con una vida proba en lo moral y tocados por el Espíritu de Dios que les ha regalado dones especiales, han alcanzado también la dignidad de santos. Por tanto, aquellos y éstos, conforme a la fe católica, gozan de la presencia de Dios en el Reino que Él ha prometido a quienes han sido justificados con la muerte en cruz. El propio Juan en el Libro del Apocalipsis advierte que nada impuro podrá entrar a la ciudad Santa de Jerusalén, lo que significa que, conforme a la doctrina de la Iglesia, los Santos viven por la eternidad al lado del Señor.
Luego, son esos santos canonizados por la Iglesia y aquellos santos de lo desconocido y lo cotidiano, de la sencillez anónima y de vida humilde, los que el 1 de noviembre son honrados por la iglesia peregrina.
Y, por consiguiente, la asociación que desde la óptica literaria, sociológica, cultural, y aún culinaria que se hace con la religiosa, no tiene justificativo a partir de la vigilia que el católico promedio hace vespertinamente la víspera del 2 de noviembre, el enfoque de sus pensamientos y sentimientos –sin duda de la más pura sinceridad– al plato fuerte en los cementerios o en altares más íntimos en honor de “sus muertos”.
Pero la Iglesia Universal ha instituido el 2 de noviembre como una jornada de oración por quienes han dejado este mundo y pueden alcanzar, previo paso por ese estado intermedio e infalible del purgatorio al Cielo, la santidad a que todo creyente debe aspirar. Y es que los fieles difuntos necesitan de nuestras oraciones, intensas y vehementes para que accedan al Reino de Dios. En cambio, los Santos, por el contrario, oran como parte de la Iglesia plena y su proximidad con Dios, por nosotros, por los que quedamos en esta tierra.
El Ángelus del 2 de noviembre de 2014 pronunciado por S.S. el papa Francisco, hace una puntual diferenciación entre ambas celebraciones; una, de la natural alegría que en los hombres y mujeres de fe produce recordar a los Santos, y otra, la tristeza que supone rememorar a los difuntos: Ambos encuentran en Jesucristo el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza.
Lo de las masitas, las comidas, los panes, las frutas y otras costumbres de nuestro medio, no son más que expresiones del folklore y siempre que no entren en colisión con la doctrina social de la Iglesia, no tienen por qué ser menoscabadas. Es la forma amorosa que nuestra gente tiene de recordar a quienes se han adelantado en el paso inexorable hacia la muerte; y aunque las almas no regresen como la creencia popular la tiene por cierta, por ello hay que alegrarse; pues ningún alma que goza del Cielo o purga sus pecados en firme camino hacia él, desearía volver ni por un segundo.

Augusto Vera Riveros, es jurista y escritor.

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