La relación de pareja, ese vínculo definido y redefinido por muchos autores pero que en esencia es eso, una relación de cooperación e intimidad.
La pareja es una entidad que se encuentra en constante evolución y cambio. Desde el inicio de la unión de dos personas, éstas se enfrentan a un sinfín de procesos y etapas en las cuales se observa dos habilidades centrales del ser humano, la negociación y la adaptación. Durante los primeros meses y años de convivencia será indispensable una correcta fusión e interrelación de las creencias y costumbres formadas desde la niñez en cada uno de los integrantes.
La dependencia
Muchas veces hemos escuchado discursos que patologizan la dependencia. Sin embargo, el ser humano desde su nacimiento es un ser dependiente, tanto para la satisfacción de sus necesidades básicas como para la conformación de su propia identidad. Luego, con el pasar de los años esta dependencia comienza a cambiar el foco, y naturalmente migra de las figuras paternas a otras personas, ideas o creencias. Por lo que el problema real se encuentra en la verticalidad u horizontalidad de esta necesidad del otro.
Poniéndolo en otras palabras, cuando nacemos y en nuestros primeros años de vida debido a diferentes limitantes físicas y cognitivas necesitamos que nuestras necesidades psicológicas y fisiológicas sean cubiertas por otras personas. Sin embargo, a medida que crecemos deberíamos formar diferentes habilidades que permitan la autosatisfacción de algunas de estas necesidades y la capacidad de satisfacer las de otros, por lo que vamos de una dependencia vertical a una horizontal, donde también aportamos al otro.
Este mismo análisis se puede transferir a la pareja, donde la interdependencia será un factor clave para la existencia de la misma. Entonces, siguiendo esta idea, la dependencia en sí no representaría un factor de riesgo para los diferentes problemas existentes en una pareja, el verdadero riesgo lo encontraríamos en características como su simetría o asimetría.