viernes, diciembre 27, 2024
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Del “ideal absoluto” a la independencia de América

Una nueva y vieja teoría de la independencia de las colonias hispanoamericanas se atribuye a la propia obra de los reyes borbones de España, señaladamente del Siglo XVIII y a las autoridades enviadas a América. Esta paradoja parece confirmarse con diversos hechos. Sin embargo, es criterio generalizado que la independencia se gestó por el influjo de las ideas de la Ilustración, creación de Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Esta ideología cuajó en los líderes patriotas impulsores de los primeros gritos de emancipación, pero he ahí la duda. El desaliento profundo de los españoles frente al auge del resto de los reinos europeos había de expandirse a las colonias.
Pensamiento de autores hispanos como Ramiro de Maeztu cree que el gestor de la pérdida de las extensas colonias es el rey Carlos III y, sin duda, de los sucesivos monarcas. Virreyes, gobernadores, magistrados y militares fueron la cadena transmisora del anti españolismo que, sembrado, subsiste hasta el presente, animadversión que se la toma como un sinónimo de “civilización”. Maeztu tilda de masones a las autoridades destinadas a América por la Corona.
Otra afirmación casi dogmática fue que el ideal de la fe cristiana romana y la autoridad del Rey mantuvieron incólume el Imperio español a través de muchas vicisitudes históricas y políticas en una Europa de constante beligerancia. Sin ese ideal habría sucumbido la trisecular presencia peninsular en estas tierras. La fe católica constituyó un valor supremo y absoluto, como en la filosofía lo son los valores más elevados y absolutos. Dostoievski se plantea el dilema “o el valor absoluto o la nada”.
Es evidente que la cohesión en el ideal fue decisiva para mantener en equilibrio la integridad del Imperio, empero lo relativo de los quehaceres humanos superó el proyecto hegemónico mediante los tratados de Westfalia y Pirineos, Aquisgrán y Lisboa, marcando “el declive de España en Europa”. Sin embargo, las colonias de América y Filipinas se mantuvieron inalterables bajo el cetro regio. Lo propio ocurrió en la Guerra de Sucesión de los 15 primeros años del Siglo XVIII, pese a las tropas extrajeras en el escenario mismo de la disputa de Carlos de Austria y Felipe de Borbón, aspirantes al trono. En esa eventualidad tampoco hubo intentos de rebelión o barruntos independentistas. La unidad y el acatamiento al Rey no sufrieron mengua alguna.
En cambio, a los inicios del Siglo XIX ocurrió todo lo contrario y el anti hispanismo había socavado profundamente la estabilidad colonial en América. El autor de La defensa del espíritu no hace mención a las guerras de la independencia que se libraban tanto en las colonias cuanto en España. Ésta contra la invasión napoleónica y aquella contra el dominio español. Nuestro autor –suelto de cuerpo– enfatiza que “los pueblos de América creyeron llegado el momento de hacer cada uno lo que le viniera en gana”. Obtenida la liberación sobrevino la perplejidad acompañada de una desorientación impropia, y nos dice “los indios se echaron a dormir y los criollos se entregaron al capricho del poder”, cuando no al “placer”, mientras se imponía la primacía de la política sobre el trabajo, subsistente hasta nuestros días.
Al rey Carlos III se le responsabiliza de la independencia americana por implosionar el sistema de gobierno español orientado por el “ser y el sentido” de su espíritu idealista. Este monarca se había dejado deslumbrar por el espejismo que de Francia irradiaba al viejo continente en su conjunto. Consecuencia algo lejana, pero consecuencia al fin, no inmediata, por cierto, fue gestada por la metrópoli y sus reflejos coloniales en provecho de la rebelión hispanoamericana iniciada por Pedro Domingo Murillo en 1809 y sellada para siempre por Simón Bolívar. Tales son los severos juicios de Ramiro de Maeztu, ideólogo renovador del pensamiento español junto a José Martínez Ruíz, Azorín, y Pío Baroja.
Es muy raro conocer en América otras versiones diferentes de independencia que no se refieran al móvil de las ideas iluministas plasmadas en la Revolución Francesa de 1789 y al paradigma de la Independencia de Estados Unidos proclamada en Filadelfia en 1776. He aquí que tenemos otros orígenes endógenos generatrices del cambio.

loza_hernán1939@hotmail.com

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