Muchos han sido los cambios –diría que necesarios– a raíz de la pandemia, cuando prácticamente no hubo instituciones estatales y privadas que no se vieran afectadas, en los ámbitos de salud, economía, turismo, educación, transporte, entre otros.
En lo social causó desempleo, y para los que continuaron empleados hubo: reducción del salario, así como de la jornada laboral, pasar a la modalidad de teletrabajo o modalidad remota desde la casa y, en muchos casos, las condiciones resultaban tal vez básicas o diría que precarias.
Se suma a lo anterior el estrés, la ansiedad, la incertidumbre ante la probabilidad del contagio, el confinamiento, los estudiantes en las casas, los padres en el mejor de los casos convertidos en “tutores”, tratando de apoyar a los mismos, donde necesariamente no estaban académicamente preparados y mucho menos en el campo de la tecnología.
Diría que toda esta situación vivida –y que por lo visto continúa, con la esperanza de las nuevas vacunas lleguen a todos/as de forma gradual (¿un año, dos?)– nos conduce a experiencias que cambiaron nuestro comportamiento en un período de un año (muy corto para muchos) y que dada la rapidez con que sucedió todo, entiéndase la extensión de la pandemia con sus nuevas olas o rebrotes. Me atrevería a asegurar que modificaciones en cuanto a políticas, procedimientos, normas, reglamentos, leyes, decretos, capacitaciones, etc., no fueron atendidas por las instancias correspondientes, que en la generalidad de los casos dependían de los que deciden, generándose un vacío en la comunicación. De aquí que trabajásemos prácticamente con el gran interés de hacer las cosas bien, con responsabilidad y disciplina en lo personal, predominando la creatividad, el trabajo en equipos.
Si lo particularizo, en el campo de la educación (sin menospreciar el sector salud), el esfuerzo fue extraordinario, pero, cuando regresemos a la supuesta “normalidad”, ¿qué sucederá? ¿Dejarán de invertir más el Estado y las instituciones privadas en el sector de Educación? ¿Volveremos a la modalidad presencial y, en el peor de los casos, a la tiza y pizarra o marcador, o el uso de data show o proyector presentando diapositivas tras diapositivas, con monólogos aburridos?, ¿Habrá técnicas de enseñanza – aprendizaje sin tener en cuenta las competencias digitales y blandas o interpersonales? ¿Desaparecerá lo asincrónico, retornando a la “tarea” pura y simple?
¿El horario escolar será el mismo?, clases por secciones, por ejemplo: de 7 am- 1:20 pm (6 horas continuas, separadas por cambio de asignatura y un receso de unos 20 minutos), no respetando la llamada higiene escolar en la que se incluye: carga general de estudio y trabajo, su alternancia con el descanso, además de factores de carácter físico (iluminación, ruido, temperatura, ventilación, características del mobiliario y de los materiales escolares). Tenemos también los riesgos psicosociales, afectados por grupos de clases con cantidad excesiva de estudiantes, que limitan la atención individual del estudiante, el aprendizaje mismo, el control de la disciplina, afectando significativamente el nivel de capacidad del docente.
De no ser analizado todo lo antes mencionado, con profundidad –por cierto, hay mucho más de que hablar o escribir–, al igual que muchos consideran por las limitaciones que tuvimos en el año recién culminado, que fue un “año perdido”, simplemente involucionaremos y si bien se vio innegablemente afectada la calidad de la Educación, haremos extensible como una pandemia subliminal –que siempre afecta más a los países tercermundista– el bajo nivel de escolaridad, la carencia de mejores profesionales.
En fin, hay mucho más por trabajar en Educación.
El autor es Licenciado en Ciencias Pedagógicas.