Una frase del precursor Antonio Nariño dice que “Hay que entender saber la atención y la urbanidad inclusive a los enemigos”, esto no es otra cosa que decir que la civilidad no tiene límites ni preferencias, es universal, libera de toda limitación, donde haya espacios de orientación del mundo que vivimos.
No puede existir civilidad si se pierde las riendas del valor humano, del valor patrio, del valor religioso, del valor cultural, del valor de las costumbres. La paz empieza cuando el hombre se respeta a sí mismo, a los demás y sus culturas, esa paz empieza en el interior de cada ser. Cualquier mal proceder desarticula cualquier proceso social, a lo cual le sobreviene un total malestar social. No habrá civilidad cuando exista un Estado al frente de un poder irracional. Hoy la civilidad se mueve entre pobreza absoluta, entre desempleo, entre desigualdades, entre el engaño y la mentira, como ocurre con las funciones del Estado.
Es en estos casos donde la comunidad debe alzar sus voces, de imponer su rebeldía para rechazar el oprobio democrático. A la sociedad la enferma la actitud hostil de una política pública donde existen los excesos de gobierno y la escasez de justicia social. No es la represión el sentir estatal, que lo refleja cuando viola la libertad de expresión, cuando reprime la protesta legal, cuando reprime los derechos con los cuales una sociedad exige que sean respetados sus derechos.
Nuestras comunidades viven diversas guerras sociales y todo por la falta de unidad comunitaria, de civismo social en barrios, veredas, municipios, donde los jóvenes carecen de ese principio comunitario. Siendo esta comunidad de jóvenes poseedores de grandes capacidades, cuyo aporte será invaluable, pero en esencia falta voluntad política, falta identidad, falta sentir la vida.
Cuando uno observa esta desintegración social, surge la acción de la naturaleza que con sus leyes nos enseña cuánto podemos hacer si nos apropiamos de ese interés colectivo, convirtiéndolo en esa masa crítica que todo lo puede con querer y voluntad. La incivilidad se ha generalizado en el ambiente humano, lo que nos lleva a buscar herramientas para combatirla, siendo un arma la ética social, la política social propia de las comunidades y las instituciones.
Convivir en comunidad es sentir ese espacio de ciudad, de campo, acogerlo, amarlo, sentirlo, ver su riqueza arquitectónica, ambiental magnificada en sus espacios sencillos, idílicos, culturales, es realzar la calidez humana que transita por sus calles y veredas, convirtiéndonos en guías para emblematizar los entornos, para que sean conocidos en toda su magnificencia y calor humano, con sus costumbres de un pasado que añoramos y sus recuerdos llenos de esperanza.
La civilidad no tiene límites ni preferencias
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