Lo cierto es que la desvergüenza de Evo Morales y de su partido nos han llevado al cansancio, pero, cansados y todo, no vamos a darle gusto al MAS para aceptar su miserable embuste de que en Bolivia se produjo un golpe de Estado. El país entero lo sabe (y los masistas también) que Evo Morales armó, junto a sus partidarios más connotados y extranjeros peritos en trampas electorales, el fraude más deplorable que se haya producido en la historia de Bolivia.
¿Vale la pena seguir discutiendo con el MAS sobre si hubo fraude o si se produjo un golpe? Para nada, es un debate ocioso. Evo Morales no admite que Carlos Mesa pudiera haberle roto el espinazo en la segunda vuelta, en el balotaje que estaba a la vista, y se ha aferrado a lo que para él es más digno, como incómodo para sus adversarios: la mentira del golpe. Pero ojo que la tramoya del golpe no se le ocurrió a Morales, porque ni siquiera lo denunciaron en los días críticos de su renuncia. El cuento del golpe se lo soplaron a la oreja semanas o meses después de su espantada a México. Le dijeron que era la única forma de que no apareciera como un cobarde, corrido con la vaina del sable.
¿Cómo podía admitir el todopoderoso Morales que un joven presidente del Comité Pro Santa Cruz, como Luis Fernando Camacho, lo hubiera echado del Palacio de forma tan insolente? ¿Cómo aceptar que la mayoría ciudadana hubiera estado durante semanas en las calles de toda Bolivia clamando, sin armas, que se fuera de la Presidencia por tramposo? Eso sería el final de su meteórica carrera política, porque el pueblo boliviano puede ser tolerante con muchos vicios de sus políticos, pero a los cobardes no los perdona.
Evo Morales tuvo que admitir, resentido, que había un Gobierno Transitorio constitucional presidido por la señora Jeanine Añez. Y le exigió elecciones generales a ese Gobierno, en el menor tiempo posible. Ya denunciaba que se trataba de una administración de facto, producto de un golpe, pero no le negaba legitimidad si es que, en los anunciados comicios, iba a participar su partido, lo que era cuestionado. Quiso ser candidato, pero le hicieron notar que no obtendría ni el 20% de los votos y que su postulación no sería aceptada.
Con ira, ansioso de revancha, tuvo que armar una candidatura a su propio antojo y sabor, sin consultar con nadie, pero, como siempre, reuniendo un pequeño rebaño para que le santificara su decisión. Y sorpresivamente apareció como candidato el anodino Luis Arce. Se quedaron a la vera del camino Choquehuanca y otros masistas de mayor peso. Morales lo quiso así porque sabía que a Arce lo podría manejar a su gusto. Y el placer más grande que le podría dar el insulso candidato, era la venganza. Venganza sobre cualquier otra cosa, apretándole los genitales a la justicia, que por otro lado le debía sus cargos a las fulleras y amañadas elecciones judiciales que el MAS impuso para capturar magistrados incondicionales.
Fue ahí que, de vuelta el MAS en el mando, apresaron entre gallos y medianoche a la ex presidente Jeanine Añez, quien luego de casi un año de prisión se ha sometido a una huelga de hambre ante su impotencia. Que tienen insania por ver entre rejas a Camacho, el promotor de la debacle de Morales. Que está preso Marco Pumari. Que están encarcelados dos ministros y varios otros funcionarios públicos. Que lo quieren en la oscuridad de un calabozo al cívico cruceño Rómulo Calvo. Que tienen encerrados a decenas de militares y policías, sobre todo jefes castrenses a quienes desean arrebatarles su dignidad con el ofrecimiento del acortamiento de pena a cambio de que se reconozcan golpistas.
La Némesis, la diosa mitológica de la venganza, domina el país. No es justicia lo que se busca, como afirman los masistas; es pura venganza. Y eso está ordenado por Morales. ¿Se está haciendo justicia con Jeanine Añez acaso? Es la perfecta muestra de revancha, abusando de su carácter de mujer, pero, además, de líder abandonada, que fue recibida con plácemes, como salvadora de la democracia, y que, también por errores que cometió, hoy está en manos de lobos devoradores de códigos legales pero que defecan cadenas de hierro.
Que no jalen irresponsablemente el cordel del ahorcamiento, quienes obedecen a la Némesis, porque lo van a tensar demasiado, y no tendrán ni fuga ni resuello, cuando, tal vez muy pronto, lo tengan ajustado a su cuello.