lunes, julio 8, 2024
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Gran músico merece un monumento

Frecuentemente viajo a Torotoro, sede de ese bello parque nacional, y en mi última estancia he pasado allá momentos de agradable embeleso, escuchando los cinco volúmenes de cuecas y bailecitos producidos por Discolandia, en la interpretación de don Fidel Torricos Cors. Escucharlos fue un deleite, como lo es una gran parte de la música boliviana, especialmente la de antaño.
Las cuecas tocadas por Fidel Torricos tienen un gusto especial, contienen el aire de ser clásicas; si no tienen esta calidad reconocida es solamente por no estar difundidas internacionalmente. Sus armonías y los arpegios de sus notas parecen desgranadas, melodiosa y poéticamente, con dulzores, alegrías y tristezas de otros tiempos que no volverán; pues su música nos lleva a tiempos que vivieron nuestros antepasados con elegancia y esplendor. Cómo habrá sido la belle epoque de los países europeos, donde dominaban los esplendores del vals. El baile de la cueca es único, elegante, ceremonioso, apropiado para el galanteo y el romance que, lamentablemente, hoy no se lo aprecia, por la invasión de otros ritmos más exóticos, voluptuosos y sensuales de afuera.
En la interpretación de Torricos las cuecas chuquisaqueñas nos parecen poesía romántica bequeriana hecha música. En los últimos estertores de la cueca, en las fiestas de antaño, siendo niño o adolecente observaba que ninguna pareja bailaba con el mismo paso, todos tenían su propio ritmo y estilo, diferente a otros y admiraba esa gracia y donaire de las damas para desplazarse al comienzo del baile, en la quimba y el zapateo que ahora nadie lo podría repetir. Hoy están uniformados con un estilo que las escuelas de baile están imponiendo de forma chabacana y sin gracia.
Siendo yo muy joven en esos momentos de violencia y zozobra que se vivió en los tiempos del MNR, se dio un baile en el salón municipal, amenizado por buenos tocadores que entonces habían y saqué a bailar a una señorita en una cueca, llevando puesto el sombrero de paja ecuatoriana en la testa y mi madre que estaba en la concurrencia, sentada en un costado de la sala, al terminar el sarao me increpó, diciéndome que no sabía dónde ocultarse por vergüenza, porque yo bailé con el sombrero puesto. Me dijo, tocando su cabeza, que era una falta de respeto a la dama con quien bailé. Ahora es más bien obligado que los cuerpos de baile de la cueca hayan convertido en norma que el hombre lleve puesto un sombrero, como en el tango de arrabal.
La cueca es de ritmo elegante, cantada con dulce armonía por la dama, en versos escritos por los poetas de ese tiempo y en el piano de Torricos suena a añoranzas de recuerdos bucólicos o amorosos que hacen soñar y que habrán sido como delicias para quienes se privilegiaron al escucharla.
Y es raro que tan preclaro músico no tenga erigido, en la bella capital chuquisaqueña, una estatua que evoque la cueca y su época. La capital austriaca ha levantado en el Prater el hermoso monumento a Johann Strauss, que enloqueció toda una época con ese torbellino del vals, valse como decían nuestros padres; así don Fidel Torricos Cors merece ser rememorado por este tiempo y los que vendrán, por gratitud a la música que nos legó. Y el sitio ideal para ello es el Prado de Sucre, en el medio de una plazoleta donde en las noches se pueda danzar las cuecas que don Fidel tocó, para revivir el encanto de la cueca, símbolo y pasión de Bolivia. Estarían grabados los nombres de compositores como Simeón Roncal, Miguel Ángel Valda, José Lavadenz, Francisco Cuéllar y otros cuya música interpretó, junto a los nombres de los poetas que escribieron versos.
Es lo menos que Sucre puede hacer en memoria de su excelso hijo.
Aprovechemos para sugerir que en Bolivia sea difundido el baile de la cueca, de forma que todos practiquen y aprendan a bailarla, organizando para ello festivales locales.

bdlarltd@hotmail.com

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