Es sabido que un 65% de la población del mundo vive en situación de pobreza y lo más grave es que siquiera el 70% de esos pobres subsiste en extrema necesidad y solo atenido a esperanzas de que “pronto terminen los males y haya remedio para sus sufrimientos”. Pero éstos jamás terminan porque la pobreza aumenta y con la pandemia que está latente y crece diariamente, el drama se hace mayor. Cuánta angustia, cuánto dolor de madres que ven a sus hijos hambrientos, carentes de abrigo y dolidos al ver a sus padres con sufrimientos y amarguras que, ellos, en tierna edad, querrían aliviar y se sienten impotentes. Esta es la situación de quienes sobreviven en el cuarto mundo y también en parte del tercero, ya que, por más esfuerzos que hagan, no pueden salir de la profunda sima de necesidades, angustias y urgencias que tienen, como personas que solo poseen el consuelo de promesas que nunca se cumplirán, porque lo que reciben como ayuda se termina y el hambre y las necesidades los lacera con más fuerza.
Pueblos pobres pero plenos de dignidad que querrían producir y crear lo que necesitan y para ello no piden ayudas ni donativos; piden inversiones financieras, tecnológicas y humanas con lo que producirán riqueza y saldrán de la pobreza, después de conseguir que los inversionistas hayan logrado utilidades que compensen con creces lo invertido.
Pueblos que esperan que los sistemas económicos no los castiguen más y se llegue al extremo de arrebatarles más vidas de sus seres queridos; que llegue el momento en que la economía esté al servicio del hombre y cambie lo que ahora es normal, que la economía tiene seguros servidores en los pobres, en los necesitados, en los que sufren hambre, enfermedades y sufrimientos de toda laya.
Finalmente, se puede indicar que la mayoría de esos pueblos vive con la esperanza de que se imponga el amor y el respeto como norma de vida. Pueblos que no siempre pueden enfrentar la demagogia y los intereses creados de muchos de sus dirigentes que los utilizan, los manejan y abusan de su buena fe y hacen escarnio de sus esperanzas, de creer que hombres de buena fe, que sepan de amor, pueden surgir y utilicen los poderes de la nación para servir y remediar los grandes problemas que son resueltos para pocos, pero que se hacen más duros para los pobres.
Esperas pacientes que jamás terminan
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