martes, julio 30, 2024
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Ascenso y muerte de los partidos políticos

Los partidos políticos nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Están condenados a esa inexorable ley de la vida y no existe alguna posibilidad de que vivan y gobiernen eternamente. Ni los partidos más poderosos y que se perfilaban como sempiternos escaparon a esa suerte y, por más que sus caudillos y jefes hagan todos los esfuerzos que se puede imaginar, no pueden desconocer esa ley. 

Uno de los signos que revela la vigencia de esa ley consiste en las divisiones y enfrentamientos que se presentan en las filas de los partidos. Cuando los dirigentes hacen más ardientes llamados a la unidad o cuando sus militantes no hacen caso a esos pedidos, más se dividen, lo cual revela que el partido se encuentra en agonía y su muerte se registrará más a corto que a largo plazo.

La llegada de un partido al gobierno solo es manifestación de su grado de adolescencia, y sucede porque expresaba una determinada y efímera realidad, cuando se necesitaba resolver algunos problemas sociales de mínima cuantía, más que de gran magnitud histórica. Entonces, se confirma que no hay partido que dure cien años.

Ninguna afirmación es más clara al respecto que lo ocurrido con un fuerte partido de masas, que llegó al poder a mediados del siglo pasado. Y lo que está sucediendo en tiempos presentes con otro, que proclamaba signos de vida eterna, pero que ahora revela que ha llegado a su senectud, se encuentra en un punto que sus días están contados y es víctima, además, de dolencias incurables, cuyos síntomas son ostensibles y no se los puede ocultar con maquillajes de alguna naturaleza.

La fragmentación de los partidos no es una novedad. En la misma forma que revelaban unidad en los primeros días de su existencia, dejaban ver sus debilidades. Al principio de su éxito, los grandes objetivos históricos unificaban a sus seguidores, lo que le permitía formar una alianza de clases y tener un partido monolítico. Por tanto, gozaban de perspectivas que les permitía el goce de las delicias del poder, pensando que sería de forma indefinida. Pero, tan pronto conquistaron esos grandes objetivos que satisfacían a todos los sectores sociales unificados (llamados movimientos sociales), empezaron los problemas, divisiones, fragmentaciones y una próxima desintegración, algo que no depende de la voluntad de los humanos, sino de causas mucho más profundas.

En efecto, agotado el argumento general que unía a todos por igual, quedaron pendientes los intereses y necesidades concretas de cada uno de los varios movimientos sociales. En primer lugar, la cúpula quedó obsoleta, mientras las bases empezaron a enfrentarse unas con otras y plantean soluciones distintas para problemas distintos y a veces antagónicos. Entonces, nacieron la división y los pedidos de unidad, pero ya era tarde.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces y el producto del desarrollo político del país ha alcanzado nuevos puntos que demandan nuevas soluciones, tanto generales como específicas. Otra nueva realidad se perfila en el horizonte, aunque aún no tiene expresión concreta, porque tampoco están desarrolladas las condiciones que permitan nuevas visiones políticas. Pero la realidad las creará, inevitablemente.

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