viernes, septiembre 27, 2024
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Apostando por una nueva epistemología para la paz

Parte II

 

EL ORDEN ESCOLAR

 

Me atrevería a marcar 3 condiciones que se están dando en los sistemas escolares actuales, relevantes para la conformación de esta moral. Primero, un discurso en torno a la verdad, propio del racionalismo técnico. El interés práctico se coloca por encima del interés ético y se conforma una moral utilitarista, a la vez que jerarquizada. Segundo, un discurso en torno al orden, basado en relaciones de autoridad a partir de la construcción de una idea de disciplina vinculada a un bien superior. Normalmente esto comporta sumisión y dependencia. Por último, un discurso en torno a la homogeneidad, que implica la uniformidad de las actuaciones y de los pensamientos, que suponen, en definitiva, formas de exclusión del diferente y de competencia por el éxito.

No es aventurado, por tanto, hablar de una experiencia escolar caracterizada por la jerarquía, la autoridad (cuando no directamente el poder), la utilidad, los protocolos, el orden y la exclusión, entre otras. De esta forma, la virtud que representa avanzar en la construcción del conocimiento, en el amor al saber y, en consecuencia, el desarrollo de un pensamiento crítico, queda mermado o mediado por esta experiencia. Se aprende lo que se vive. Por tanto, más allá de un currículum, asimilamos un modelo social que se orienta hacia prácticas que no favorecen la inclusión, la solidaridad o la convivencia pacífica y democrática. Se necesita un cambio de modelo que permita construir subjetividades cooperativas, solidarias y respetuosas con la diferencia y la diversidad. La experiencia escolar actual no favorece una cultura de la paz. Parecería más bien que nos prepara para nadar en un mar de tiburones.

 

UNA EPISTEMOLOGÍA PARA EL CONFLICTO

En este sentido es en el que entiendo el fracaso de la escuela: No hay una construcción de una moral para la paz. La visión del mundo que se perfila apunta hacia la competitividad, la confrontación, la exclusión, desde la creencia en una verdad incuestionable a la que sometemos nuestra voluntad. En realidad, creo que no hubo un cambio de epistemología, cuando los revolucionarios del Siglo XVIII y XIX hicieron el giro hacia la modernidad. Se dio fin a un orden absolutista, por la voluntad de Dios, a un orden racionalista por la voluntad de la verdad. Propia y excluyente. Los principios epistemológicos y ontológicos de ambas propuestas siguen siendo los mismos. Cambió el formato, no el contenido.

La Revolución Francesa se construyó desde la guillotina; así como las revoluciones subsiguientes lo hicieron desde las guerras nacionalistas u otros formatos igualmente cruentos. El orden occidental se ha asentado en conflictos armados, dentro y fuera de sus propias fronteras. La épica militar sigue formando parte del imaginario social. Desde la racionalidad liberal se ha aniquilado o esquilmado culturas, subvertido fronteras, imponiendo economías, etc. No parece que hayamos cambiado mucho desde las luchas tribales. En cualquier caso, esta es la lógica sobre la que se ha construido la epistemología escolar y social en la que nos movemos.

 

UNA EPISTEMOLOGÍA DE LA PAZ

La educación sigue siendo un bien necesario y un trampolín único para generar un cambio moral en la sociedad. Para ello es preciso pensar y generar otra racionalidad, desde otra epistemología que entienda de otro modo el sujeto, el mundo, la comunidad y el conocimiento. No significa solo cambiar los contenidos que se enseñan. Qué también. No obstante, el conocimiento validado actualmente es el conocimiento de destruir para conocer; de carácter extractivo, como diría B. De Sousa Santos; y domesticado por su utilidad para el sistema productivo. Es también un conocimiento centrado en la individualidad, por tanto, egocéntrico y egoísta.

Frente a esto, entiendo que una epistemología “otra” tiene que ver con generar otra forma de relación con el conocimiento, desde la diferencia, la inter-culturalidad y la co-construcción. Supone romper con el principio de verdades universales, hegemónicas y homogéneas. Por tanto, deberíamos empezar a considerar el conocimiento como situado en un proceso colaborativo de co-construcción colectiva. De este modo, la discrepancia no sería un problema, sino una posibilidad de mejora y enriquecimiento mutuo. Se trata de pensar la existencia (de la humanidad junto con el medio natural), como lo que nos une y nos identifica.

 

BUSQUEMOS UNA OPORTUNIDAD

PARA LA PAZ DESDE LA ESCUELA

Esta ruptura epistemológica, desde la radicalidad de la misma concepción del conocimiento y su relación con lo comunitario y la co-construcción colectiva del mundo, posiblemente daría otra oportunidad a la humanidad. Propongo, pues, reconstruir el conocimiento y la experiencia escolar desde una epistemología de la paz. Quizás le estaríamos dando una oportunidad a la humanidad como proyecto colectivo.

 

El autor es Director del Instituto Emergente de Investigación en Formación de Profesionales de la Educación, Universidad de Málaga.

 

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