viernes, agosto 16, 2024
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Toda guerra es generadora de mucha pobreza y muerte

Existe, como norma de vida, el principio: Toda guerra siempre es generadora de muerte y pobreza; pero los gobernantes o tenedores de poder en todo tiempo y lugar, han ignorado lo que ellos pregonan a sus pueblos. Las comunidades de una nación o país tienen conciencia de que todo ello es evidente, verdad absoluta, indiscutible y razón para lo que deberíamos vivir todos, pero, debido a la euforia desparramada por cualquier motivo, arengan a los que dirigen consignas que se lanzan y promesas que se hacen todos y comparten la idea de la guerra para que sea instrumento de conquista, de lograr mayor riqueza y anular la pobreza, de conseguir mejores condiciones de vida, de alcanzar situaciones importantes y de lograr desarrollo y progreso. Sin embargo, nada tiene conciencia para la ceguera y la estupidez de los ambiciosos y las guerras –empezando por simples escaramuzas– se producen y alcanzan límites en los que se cobran vidas y hieren a miles de personas, se incluye a niños y ancianos en los decesos y se busca que se aumenten las víctimas para los decantares de victoria —pobre y triste la imaginación de sabios que no saben ni comprenden nada y hasta el odio concebido en sus corazones hace caso omiso de lo que se cree y consiente como norma de vida.
No hay guerra que haya alcanzado los estados de riqueza y bienestar que se pregona, todos los resultados siempre son negativos porque todo enfrentamiento, disociación, desencuentro o desacuerdo, cualquier diferencia entre personas y pueblos empieza por nimiedades y terminan haciendo nimios a los proclamadores de la guerra porque las conclusiones de lo que se hizo dan pésimos resultados, con muertes y hospitales plenos de quienes sienten el dolor de las heridas, cementerios en que sitios para recibir cadáveres son escasos y sólo queda más pobreza, miseria, anarquía y caos. Nada queda, ni siquiera para que “alimenten las fauces de los perros rabiosos” en que se convierten muchos seres humanos por la forma en que obraron durante su vida terrena.
Hoy como ayer, en diversas regiones del mundo empiezan así y no terminan porque la sed que sienten no se sacia con nada y hay necesidad más que de agua, de sangre. Quienes incitan y provocan más destrucción y muerte, muchas veces hacen lo que consideran bien hecho y en su ceguera por el fragor de las batallas, poco ven que lo hecho fue sustituido, reemplazado por tendal de cadáveres y se riega con sangre el terreno de propios y extraños. Estas realidades se viven, reviven y reactivan en el diario vivir y es esto lo que, últimamente alcanzó Rusia por incitaciones de Vladimir Putin que, en su insania ambiciosa, ha buscado invadir, herir, lastimar, matar a quienes eran aliados y hoy los convierte en enemigos dignos de destrucción sin importar cuánto ha costado y significado todo lo bueno hecho en lo que se destruye y destroza, en lo que se ama y ambiciona conservar y perfeccionar: ciudades, edificios, obras de arte y ciencias, estados de bienestar y belleza que se dice querer y que son los hijos. Hombres de conciencia y sin ápice de lo que debería ser su deber: guardar y conservar disponen destruir y deshacer lo bueno y lo bien hecho y conservado. Putin y su gente destruyen lo que amaron y prontamente querrán recomponer o apropiarse, por la fuerza, de lo que poseen otros.
La guerra, pues, es simple sinónimo de muerte y se hace parte indivisible de todos los males que, desde siempre, asuelan a la humanidad despojándola de lo que es vida y bien creados por Dios; entonces, no caben rivales, y uno de ellos es la guerra en todas sus formas y en todo tiempo.
Rusia invadió Ucrania, país que fue amigo y hermano, exterminó a parte de su gente con inclusión de niños, mujeres y ancianos; nada importó porque todo cabía en las mentes obnubiladas de los que sólo quieren conquistar, así sea bajo los escombros que dejan las bombas y los destrozos que causan armas de gran calibre. Las guerras causan más pobreza, miseria y angustia, provocan necesidades y urgencias de vivir, causan más dolor y pobreza, miseria y desesperanza, más hambre y enfermedades, más sentimientos de dolor, vergüenza y angustias insaciables. La guerra es causante de amarguras y dolores sin cuento porque ciega vidas y condena a seres que sólo querrían vivir y convivir con sus semejantes.
¿Por qué no entender realidades que cruzan por los aires y muestran cuánto daño portan las armas, cuánto dolor y lágrimas causan las heridas, cuánta sangre ingresa en la tierra que busca agua para sobrevivir y cuánto desasosiego y desesperanza ocasiona a millones? La guerra causa más miseria y desesperación, anula esperanzas y destruye ilusiones, ¿será hasta que el ser humano deje sólo recuerdos de sí, luego de haberse convertido en polvo que a nada ni nadie sirve? Triste el destino asegurado para un mañana que no se sabe cuál y cómo será y sólo se tiene conciencia de que no hay nada en él que no tenga validez para el ser humano, pese a que no hay reconocimiento ni para la vida ni para lo que ella siempre nos da, porque no sabemos valorar lo que Dios ha creado mediante la naturaleza que Él ha colmado de todo lo bueno para que sea el hombre no sólo administrador sino dueño y señor.

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