lunes, julio 8, 2024
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El síndrome del príncipe azul

Por: Valeria Sabater

 

El príncipe azul es una de las figuras arquetípicas arraigadas en nuestro subconsciente. Da forma a esa idea tan recurrente de que ahí afuera, en algún lugar, está la persona perfecta para nosotros. Es un anhelo silencioso y casi obsesivo que, a menudo, nos hace buscar a otros hombres y mujeres en las aplicaciones de citas, aun teniendo pareja estable.

Por otro lado, no pensemos que esa ansia por la perfección relacional define en exclusiva a las mujeres. En realidad, hay muchos hombres que quieren ser “el príncipe azul”, es decir, alguien que asume el modelo de una masculinidad heroica y supuestamente ideal.

Lo cierto es que este tipo de conductas y constructos psicológicos, que a menudo nos determinan, manifiestan fenómenos interesantes. Hay quien señala que estos retratos sobre la mecánica del deseo, la atracción y el comportamiento son meros productos socioculturales. Sin embargo, la antropóloga Helen Fisher no habla de adaptación evolutiva…

¿Cómo explicamos este tipo de síndromes que toman su nombre de los personajes más famosos de Walt Disney? Lo analizamos.

Todos podemos tener un listado de lo que buscamos en una pareja. Pero si somos inflexibles y poco realistas, sufriremos.

Características del síndrome del príncipe azul

Idealizar al ser amado es algo que todos hemos hecho con alguna de nuestras parejas; sobre todo cuando éramos más jóvenes. Ahora bien, el auténtico problema llega cuando idealizamos el amor en general. Esto sucede cuando, a pesar de tener una relación estable y satisfactoria, persiste una sensación, un vacío, un anhelo. Ese en el que puede haber alguien mucho mejor.

En nuestra cotidianidad, la mente se escapa y fantasea con otras posibilidades. Asumimos que debe existir una persona perfecta y apasionante, esa capaz de alinearse en mente, cuerpo, ideales y pensamientos con nosotros. Nuestra alma gemela está en algún lugar ahí fuera y esa idea nos lleva a vagabundear por Tinder y cualquier otra aplicación de citas buscando a esa figura ideal.

El síndrome del príncipe azul define a quienes tienen una versión tan romántica sobre cómo debería ser el amor que a menudo pierden la oportunidad de tener una relación satisfactoria. Es más, pueden incluso romper un compromiso ya existente solo porque siguen empeñados en que el amor no es eso, y que debe haber “algo más profundo”.

Casi sin darse cuenta se convierten en vagabundos del afecto, buscadores de un grial mitológico que solo trae desdichas y desengaños. Sin embargo, hay aspectos más profundos y llamativos de este síndrome que vale la pena descubrir.

Quien busca a ese príncipe azul o princesa ideal no persigue únicamente a alguien físicamente perfecto y encantador. A lo que aspira verdaderamente es a lograr una conexión emocional y mental absoluta.

 

El eterno deseo de lograr una conexión perfecta con alguien

El síndrome del príncipe azul no define categoría diagnóstica alguna; es decir, no hay nada patológico, solo describe una realidad psicológica. De hecho, llevamos ya varias décadas usando las figuras de los cuentos clásicos para describir comportamientos que se repiten en la población.

Ejemplo de ello es el síndrome de Cenicienta, acuñado por el doctor Peter K. Lewin en 1976. Más tarde, un estudio de la Universidad de Delhi (India) avaló este término para ejemplificar la dependencia de algunas mujeres en sus relaciones afectivas.

Así, y en lo que se refiere al arquetipo del príncipe azul, viene a simbolizar esa necesidad nuestra por idealizar el amor. Más aún, esta etiqueta encarna el deseo psicológico de tener una conexión perfecta con otra persona.

Por ello, este síndrome busca también visibilizar el origen de muchas insatisfacciones en las relaciones de pareja. Son esas situaciones en las que uno no es nunca del todo feliz porque anhela lograr una intimidad auténtica con alguien, un amor apasionado en el que la comprensión y la satisfacción de todas las necesidades sea absoluto, casi mágico.

El síndrome del príncipe azul en algunos hombres

Este síndrome conforma una realidad psicológica muy poliédrica, es decir, presenta más de una característica. Bien es cierto que detrás de todas ellas está esa semilla a menudo peligrosa y disfuncional que es el amor romántico. Esa que hace germinar ideas del todo equivocadas sobre cómo funcionan el afecto y las relaciones de pareja en general.

En el caso de los hombres, el síndrome del príncipe azul se manifiesta, en ocasiones, de una manera curiosa. Hay chicos jóvenes y no tan jóvenes que encarnan el clásico arquetipo de héroe salvador, de quien cuida, rescata, mantiene y protege. A menudo, esa forma de masculinidad viene heredada por la educación recibida y el rol que han visto ejercer a sus propios progenitores.

Esa tendencia choca en ocasiones con la personalidad de buena parte de las mujeres. En la actualidad, no todas buscan a esa figura masculina que les mantenga o que les rescate. Por ello, la pareja ideal para un “príncipe azul” es la mujer con el síndrome de Cenicienta, es decir, chicas con temor a la independencia y con el deseo inconsciente de ser cuidadas y protegidas.

Todos tenemos nuestro listado particular sobre esas cosas que nos gustaría encontrar en una persona a la hora de establecer una relación. Sin embargo, en ocasiones, buena parte de ese listado se viene abajo cuando nos enamoramos de alguien. Y que ocurra eso es algo perfectamente normal.

Todos soñamos con un amor ideal, pero debemos trabajar por un amor real, feliz y enriquecedor.

La necesidad de racionalizar nuestros anhelos inconscientes

Son muchos los que tienen integrado en su inconsciente ese troyano denominado “síndrome del príncipe azul”. Tanto hombres como mujeres. Idealizan el amor y menosprecian a las personas reales. Lo hacen porque asumen ideas del todo sesgadas sobre cómo son las relaciones y eso les insta a encadenar vínculos afectivos, casi siempre condenados al fracaso.

La antropóloga Helen Fisher nos indica que el amor romántico es un impulso fisiológico más que una emoción. Sería algo puramente químico, algo difícil de controlar. Sin embargo, no podemos desligar de esa conducta el plano sociocultural, y de cómo nuestra sociedad nos ha inculcado durante mucho tiempo la idea de que hay alguien ideal y perfecto para nosotros en algún lugar.

 

Para concluir, debemos tenerlo claro, la búsqueda de la perfección solo genera sufrimiento. Busquemos amores reales, esos en los que la conexión también puede ser satisfactoria, mágica a instantes, complicada a veces, pero algo en lo que vale la pena trabajar.

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