domingo, noviembre 24, 2024
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Es lícito rebelarse ante la injusticia

Parte I

Muchas leyes no nos obligan en conciencia porque son injustas aunque legales, pero no podemos ser cómplices con nuestro silencio. Cuando digo que no nos obliga la ley lo hago con el espíritu de tantas personas que “han caído en la cuenta” de que toda realidad es relativa, que no vale la pena apegarse ni al desapego, que es absurdo además de injusto el que unos tengan tanto y otros no alcancen lo necesario. Es una aberración que va contra los derechos fundamentales de los seres humanos y de toda la naturaleza… por lo tanto, no pueden obligar en conciencia las leyes que perpetúan esta situación.
El derecho de resistencia se convierte en deber cuando afecta a la justicia y a la libertad.
Los datos sobre el desarrollo que cada año nos ofrecen agencias de la ONU, como el PNUD, constituyen un escándalo. ¿Cómo puede ser posible que el 18% de la humanidad acapare el 80% del consumo de la tierra? ¿Cómo puede ser posible que haya casi dos mil millones de seres en la miseria, sin acceso al agua potable, a la instrucción básica, a la sanidad más elemental, a una maternidad responsable, a un medio ambiente degradado por el despilfarro de una industria letal, por la codicia de unos pocos?
Es como si un opresor invadiera nuestras tierras, esclavizara a nuestros hombres, violara a nuestras mujeres… ¿tendríamos que colaborar con ellos? La razón natural, el sentido común, la ley escrita en nuestros corazones nos dice que no.
Como la Peste de la que escribiera Albert Camus: nos ha invadido y nos estamos acostumbrando a vivir entre cadenas. ¡Están locos y nos hacen creer que los locos somos nosotros! Durante miles de años se tuvieron por “normales” –estaban reguladas por normas legales– la esclavitud, la inferioridad de las mujeres, el dominio de unos pueblos sobre otros, de unas culturas y de unas religiones sobre otras, el racismo, el imperialismo de la cruz y de la espada o de la media luna, la conquista de América, la colonización de África y de Asia, la persecución de los que no pensaban como el grupo dominante, la Inquisición, el dominio capitalista y los totalitarismos comunista y fascista.
¿Acaso nuestros hijos no nos preguntarán cómo no sentimos horror ante las evidencias de las guerras actuales, de la criminal siembra de campos de minas que destrozan a inocentes, de la miseria impuesta a pueblos empobrecidos, de la prepotencia de las multinacionales, de la tiranía de las ideologías, de la divinización del consumismo, de la marginación de las gentes de color y de los que exigen su derecho a ser diferentes, del genocidio de los indígenas, de la explotación de los niños y de las mujeres, de los bombardeos de poblaciones civiles, de los embargos que siempre padece la población civil y nunca los militares ni los policías ni los miembros del Partido en el poder?
¿Acaso no somos responsables, mediante el pago de nuestros impuestos, de la fabricación y venta de armas por miles de dólares a gobernantes que envían a sus pueblos a la muerte, al hambre y a la desesperación? ¿No somos capaces de despertar ante este aullido de dolor, de envilecimiento, de absurda carrera hacia la destrucción y hacia la muerte?

 

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