Estremece leer la alianza de las dictaduras comu-capitalistas de Rusia y de China para difundir en sus países sólo las notas emitidas por sus inmensos sistemas de comunicación masiva. China sólo permite que circulen noticias oficialistas sobre la sangrienta invasión de Vladimir Putin contra el pueblo de Ucrania. Así, no solamente la opinión pública moscovita recibe una información que crea un mundo paralelo sobre las razones de la agresión y sobre el fracaso del ejército putinense, sino que ahora también los millones de televidentes en Beijing o en Shangai ven una guerra que no es la real.
Censura y propaganda al mismo tiempo. Los medios chinos no difundieron los mensajes de deportistas olímpicos sobre Ucrania, aunque se emitieron en su propio país, o no transmitieron partidos internacionales donde se expresó solidaridad con Kiev. Los mensajes diferentes son borrados en las redes.
Este es un paso más en la escalada de control de la libertad de pensamiento, la libertad de expresión y la libertad de prensa que sufre el planeta en este nuevo siglo. Esas son las libertades que se constituyen en la piedra angular de la democracia. Sin prensa libre no hay paz.
En los países con elecciones libres, tampoco la situación de la prensa libre está consolidada. La compra de medios, oligopolios, incluso monopolios en una larga serie de acumulación de medios (sobre todo audiovisuales) afecta la circulación de ideas sin previo control. Dueños de empresas de armas o de industrias ajenas al periodismo avanzan en la adquisición de medios y marcan tendencias, como ya pasó en Gran Bretaña con el Brexit, o con la ultraderecha en Francia.
En América Latina la situación es catastrófica en Nicaragua, con decenas de periodistas presos y medios cerrados; en Venezuela donde ya no hay periodismo; en Cuba, acaban de sacar incluso al director de una revista universitaria por atreverse a nombrar al 11/7. TELESUR es el ejemplo que sigue la línea ruso china de sólo pasar información censurada, favorable a esos regímenes. En la otra punta, los periodistas colombianos padecen las dos amenazas: violencia y compras de medios, como pasó con la revista Semana. En El Salvador, las amenazas contra la prensa son estatales, parapoliciales, desde las maras.
México es el peor país en todo el mundo para trabajar con la información: asesinatos, agresiones, secuestros, amenazas. Manuel López Obrador es el otro ejemplo patético de los mandatarios que añoran aparecer en los medios, pero sólo si los alaban.
Moscú ha logrado crear una realidad paralela con su máquina propagandística, denunciaba un periodista ruso a Radio Francia Internacional. Rusia aparece en el puesto 155 del último informe de Reporteros sin Fronteras. Con el pretexto de la invasión sangrienta a Ucrania, la resistencia del pueblo y de su presidente, el régimen ha cercado los últimos espacios de periodismo independiente.
Los medios que se atreven a mostrar los cadáveres de niños y mujeres que dejaron las tropas rusas en los pueblos ucranios, están obligados a difundir el relato oficial que muestra ese horror como acción de los propios vecinos. En China, en Rusia y en Cuba cada vez hay menos espacio para el trabajo de los corresponsales extranjeros, como sucedió en La Habana con el reportero de EFE. “Y sin embargo se mueve”, repite Galileo Galilei desde su tumba, porque todo ese cerco no logra cambiar la realidad.
El trabajo oscuro de testaferros o de agentes extranjeros que compran matutinos, como se da en Bolivia, es otro asunto pendiente.
Alianza rusa china: la gran amenaza contra la libertad de prensa
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