viernes, diciembre 27, 2024
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Atracadores desalmados

En todos los gobiernos desde que tengo uso de razón (que la tengo, aunque algunos no lo crean) han existido los atracadores aduaneros. Son sujetos (y sujetas) que obtienen cargos de inspectores de aduana, lo que les permite revisar el equipaje de quien sea, hurgarlo todo, cobrar en efectivo por dejar pasar una maleta sospechosa, o hacer que algún pobre turista gringo, desconcertado, tenga que deshacer su bagaje para ver qué se le puede confiscar. Eso de confiscar es un término bondadoso, un mero eufemismo, porque estos individuos jamás dan un recibo de lo que decomisan, nada va al fisco, sino a un lugar mejor: sus bolsillos.
No recuerdo haber ingresado a Bolivia por vía terrestre en mi edad adulta, donde, seguro, están atrincherados los aduaneros. Sabemos que en las fronteras el negocio es gordo. Se trata de controlar el contrabando en serio, no de bagatelas. Por esas aduanas transitan desde autos, camionetas, buses, y camiones de gran tonelaje, además de trenes, por supuesto. Y es ahí donde los aduaneros, que han estado tomando su cafecito haciendo bromas, esperando el momento, enseñan los colmillos. Pero no atracan a todos, porque los contrabandistas habituales los “aceitan” debidamente y hasta los llaman por su nombre. Ese contrabando en grande, que tiene liquidada a la industria nacional, pasa, y los aduaneros engordan sus billeteras. ¿Algo de lo confiscado lo recibe el fisco? ¡Huevo, carajo!
El Estado tiene que movilizar policías y militares para capturar dentro del territorio, es decir habiendo ya “aceitado” o burlado los puestos de aduanas, a los tráileres repletos de wiskis, cigarrillos, electrodomésticos, y cuanto se pueda ocurrir. ¿Y qué sucede frecuentemente? Que los contrabandistas tienen mafias organizadas en las poblaciones fronterizas que tirotean a policías y militares haciéndolos huir o produciéndoles muertos. Pero ese es el gran contrabando terrestre, el que está hundiendo a parte de nuestra esforzada y tambaleante industria. Mas no es el tema que tratamos ahora, que es el de los aeropuertos principalmente, donde están parapetados los atracadores sin armas.
Hemos sido testigos alguna vez de personas que pedían un “carguito” en la Aduana, mejor si en los aeropuertos de Viru Viru o El Alto. Se les decía que no era posible, porque no existían ítems, sueldos para pagarles. Entonces lucían sus méritos políticos, sus fotos con el jefe, carnets de inscripción al partido (tenían colecciones de carnets, sin duda) y, finalmente, antes de rendirse, les salía el patriotismo más inflamado, su amor por trabajar para engrandecer a la nación y al presidente, y con cara resignada decían que estaban dispuestos a trabajar gratis, sin sueldo. ¡Sorprendente! Claro, quedaba a la vista que el salario se lo sacarían a los infelices viajeros en cuanto desembarcaran.
Ahora sabemos que en Viru Viru se ha instalado una banda de aduaneros mafiosos que despojan a quien pisa Santa Cruz. Seguramente que se han fotografiado con Evo Morales. Por múltiples testimonios se sabe que los nuevos “patriotas” están haciendo de las suyas. Que el escándalo es mayúsculo. Que abren las maletas y hurgan hasta en los lugares más recónditos. Escuché por la televisión a un señor argentino que se quejaba amargamente de la torpeza de atracadores desalmados, con hambre insaciable, que a una señora la despojaron hasta de un calzón, de una bombacha. Cuando ella se quejó diciendo que era para su uso personal, el aduanero le contestó que mentía, que ella era muy gorda para usar una braga tan chica. Doble atrevimiento del pillastrín. Afirman los viajeros que estos aduaneros huelen como perros la ropa para saber si es usada o nueva y entonces, de acuerdo con su olfato, confiscarla o no.
Se sabe que los aeropuertos son la primera imagen que los turistas tienen de un país. Si Viru Viru es la primera imagen para los viajeros que vienen o van a tomar una combinación hacia otro lugar, ya sabemos lo que pensarán de Bolivia.

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