El acto de homenaje por “Día del Maestro” está a cargo del Personal Administrativo. Para ello es imprescindible un discurso protocolar del director de unidad educativa, que pronunciaría de esta forma: Distinguidas maestras y maestros; señores del Consejo Educativo Social Comunitario; padres y madres de familia; niños, niñas y jóvenes estudiantes: hoy estamos aquí para rendir un sincero tributo de admiración a los profesores de la escuela. Junto a ellos, reflexionaremos sobre la nobleza que llevan en su alma.
Permítanme antes resaltar un hecho histórico, protagonizado por el “Padre de la educación boliviana”, Dr. Modesto Omiste Tinajeros, potosino nacido el 6 de junio de 1840, ya que, en honor a su onomástico, el presidente Bautista Saavedra mediante Decreto Supremo de 24 de mayo de 1924 estableció el “Día del Maestro Boliviano”. Fecha de trascendental importancia para el desarrollo de la educación boliviana y festejo a los mentores de la enseñanza escolar.
Coincidirá absolutamente conmigo: ser maestra/o, es una de las profesiones más nobles y delicadas que existe en el mundo. Porque de esta carrera nacen otras profesiones: abogados, ingenieros, médicos, periodistas, arquitectos, etc. Nosotros los mayores con añoranza recordamos a nuestra maestra de los primeros cursos de inicial, cuando apenas pronunciando nuestro nombre llegamos a la escuela. Entonces, ahí intervino la maestra para enseñarnos a saludar, respetar a los amigos del curso y muchos otros valores de la vida.
De sus labios tiernos siempre salían palabras de ternura, amor y preocupación constante por nosotros por los que, acariciando nuestros cabellos despeinados, con caritas desconcertadas, discretamente exclamaba: “mis niños, mis amores”. En suma, para ella, éramos sus “hijos e hijas”, perdón, sus “segundos hijos”. Tiernos angelitos que en la escuela teníamos apenas cinco años y con unas cuantas palabras aprendidas en casa de papá y mamá: escuela, curso, etc.
Parece que la lengua se atoraba, cuando queríamos expresar: profesora, maestra, incluso inocentemente alguna vez confundimos con mamá y papá a la maestra. Los primeros días en la escuela, para nosotros era una perfecta desconocida, que rápidamente se adapta, amoldaba a los modos de ser niños. Recordemos que, junto a cómplices del curso, cometemos travesuras indescriptibles hasta causar una pizca de enojo en la maestra. Pero ahí estaba la mano auxiliadora de ella, su paciencia inmensa y tolerancia para sus “segundos hijos”.
Cuando la hacíamos renegar en extremo, decía: “chicos y chicas, no exageren…, no jueguen, callen, por favor…”; sin enojarse y lastimar a nadie. Más bien, parecía rociarlos con un ramillete de palabras cargadas de flores románticas, suaves que refrescaban nuestro espíritu y corazón de infantes. Eso sí, en hora de clases teníamos que atender a sus explicaciones magistrales sin chistar.
Acostumbrar, moldear y formar a los infantes en un mundo diverso de la escuela, es un trabajo desinteresado, sacrificado y sufrido en los primeros días de convivencia escolar. La maestra, aunque tenga en su alma otras preocupaciones y ocupaciones, siempre pensará en sus estudiantes: ¿Qué será de la estudiante María?, ¿presentará su tarea?, ¿rendirá el examen escrito? Es decir, seguirá planificando su trabajo todos los días para ayudar a sus alumnos, inventando cuentos para motivarlos y evitar el cansancio mental de sus pupilos.
Al concluir este discurso de homenaje, quiero cantar mil veces un himno de inspiración, esperanza y luz, en honor al maestro que enseña, el camino de fe y bondad; porque tiene un alma tan pura y serena, cual las aguas de un gran manantial, estrechemos (hoy) sus manos tan tiernas, que están llenas de felicidad y sabiduría. Es hermoso el “Himno al Maestro”, escrito por Juan Manuel Torres.
raulalberto1911@gmail.com