Entre octubre y noviembre de 2019 se vivieron días de rebelión en las ciudades capitales del país, que fue copando también las ciudades intermedias. No fue un hecho casual, sino que vino cultivándose durante mucho tiempo. Comenzó con el referéndum constitucional de 2016 que le negó ser reelecto nuevamente a Evo Morales; la respuesta gubernamental, ante los datos que le demostraban su primera derrota, fue de error garrafal. Hablaron de empate técnico y en vez de reinventarse, prefirieron seguir adelante a pesar de la derrota. Eligieron el desgaste inminente como salida práctica al no tener un plan alternativo.
Al otro lado del escenario tenemos a una oposición no muy brillante y diversos grupos de activistas que desconocían a los primeros como sus representantes. Los jóvenes y ciudadanos que tomaron las calles lo hicieron por voluntad propia, sin necesidad de políticos y política. Tras las movilizaciones y del apogeo de activistas de toda laya, el desenlace inesperado ocurrió: Evo Morales renunció a la presidencia. La algarabía tomó las calles, pero los políticos tomaron el poder. Así fue que descubrieron que el poder y la política tienen sus propias reglas del juego y que deben conocerlas, respetarlas y que no van a cambiar por el idealismo exacerbado que tengan.
Todos los que quieran participar en política deben considerar la cruda realidad. Al respecto, el maestro florentino nos decía: “Pero siendo mi intención escribir algo útil a quien lo entienda, me ha parecido conveniente ir detrás de la verdad efectiva de la cosa que de la imaginación de ella. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que no se han visto jamás ni fueron conocidos en la realidad. Porque está tan lejos el modo como se vive de aquel como se debería vivir, que quien deja aquello que se hace por aquello que debería hacerse aprende antes la ruina que su preservación”. El peso de la realidad siempre terminará definiendo el juego del poder.
La mala lectura de la realidad, por parte del gobierno transitorio, de la oposición en general y de los diversos grupos de activistas llevó a su movimiento al fracaso. Podemos añadir que personajes funestos como Arturo Murillo, entre otros, sepultaron cualquier intento de la toma de poder. ¿Cuál fue su error? La respuesta puede sorprendernos: no tuvieron la capacidad de ver el panorama completo del escenario en al que llevaban sus acciones. Todos tenían algo en común, un sentimiento antiMAS y antiEvo. En el momento de convertirse en realidad su máximo deseo, se quedaron sin discurso, sin enemigo y sin ideas. Dejaron de lado el diálogo que trajo buenos resultados en el principio del gobierno y lo abandonaron por la violencia y el miedo.
Los activistas fueron reciclados en las diversas candidaturas para las elecciones generales y actualmente tienen un par de curules parlamentarios donde su desempeño es regular, niegan la realidad, sus cargos y siguen en la faceta de activistas.
Los 21 días, la rebelión que pretendía cambiar el país fue traicionada por sus propios actores. Carlos D. Mesa fue a la caza de activistas y de todos los grupos que lo veían como opción; el FRI, un partido periférico, le prestó su sigla para entrar a la elección. Jorge Quiroga cometió el error de todas las elecciones en las que participó, jamás conformó un partido y toda su estructura era formada con lo que encontraba en el camino. Luis Fernando Camacho pensó que podía ser presidente y encontró cortesanos que le siguieron el juego. Jeanine Áñez fue una figura manipulable por quienes soñaban con tener poder y se subieron todos los que pudieron a su campaña, con la esperanza de no dejar Palacio Quemado.
¿Qué les faltó? Ir más allá del sentimiento antiMAS y antiEvo. Ninguno tiene una visión más allá del enemigo y su existencia se encuentra supeditada a ellos. No tienen una visión de país, no le hacen soñar a la población con otra forma de hacer las cosas y cambiar la realidad. Simplemente, tienen la capacidad de hablarnos de la incapacidad del oficialismo y de los agravios que reciben a diario. La oposición tiene tres caminos a tomar: reinventarse, morir o comenzar de cero y no deben olvidar lo importante que es la política y que es una profesión.
El autor es politólogo.