lunes, julio 8, 2024
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El divorcio de la política con la moral

Moral es una palabra que entraña muchos preceptos, pero la más puntual es la distinción entre el bien y el mal. La moral guía al hombre por el camino recto y conforme a las buenas costumbres, la moral no se crea, existe por la naturaleza misma, al igual que la naturaleza de las leyes, la actividad de gobernar y hacer justicia.
La moral es la suprema concepción del bien para la humanidad y los hombres morales son los verdaderos rectores del mundo. La moral, en su definición más amplia, no consiste en la utilidad personal, en enriquecerse a costa de otros, es decir, las personas que buscan su propia utilidad; y todo lo que se opone a sus actividades ilícitas no es moral.
En la vida vale más elevarse por merecimientos propios, venciendo todos los obstáculos hasta llegar a la plenitud del goce; los más grandes saben descender de sus posiciones con toda serenidad, retirándose luego a la vida privada, contemplando los acontecimientos que se producen en el mundo.
La política es el arte de gobernar, con atributos que debe tener el gobernante, como inteligencia, valentía y conciencia social. En ese conjunto de actividades que se asocian con la toma de decisiones en grupo u otras formas de relaciones de poder entre individuos, como la distribución de recursos, promoviendo la participación ciudadana al poseer la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para garantizar el bien común en la sociedad.
La política, en sentido ético, se puede traducir como la disposición a obrar en una sociedad utilizando el poder público organizado para lograr objetivos provechosos para el grupo.
Una definición más acertada y de consenso podría ser entendida como la actividad de quienes procuran obtener el poder, para ejercitarlo con vistas a un fin que se vincula al bien o con el interés de la generalidad o pueblo.
Si la política supone en su definición la búsqueda del bien común, y por ello Platón la calificó como la acción humana más elevada, no puede carecer de reglas y de moral, aunque éstas evidentemente pueden ser distintas, según las culturas e incluso las etapas históricas.
En la relación entre la política y la moral, el orden resulta ser importantísimo; si lo moral es lo más importante, debe ser el factor primordial y por ello la política necesita supeditarse a lo moral, si tomamos como premisa el beneficio común.
Desde hace muchos años, hay una acción persistente y sistemática de actos no morales en la acción de la política, en el manejo de la cosa pública, al respecto ejemplos sobran y bastan, del pasado y del presente, que confunden lo bueno de lo malo y viceversa.
Sin embargo, quienes manejan los destinos de los fondos públicos, antes de acceder a los cargos, se esmeran acreditando poseer valores ético-morales, empero, en el ejercicio del cargo se envilecen haciendo lo contrario, circunstancias que se dan cotidianamente, en todo ámbito de la administración pública, generando desazón y frustración en la ciudadanía.
Si esto es así, entonces el poder en manos de un grupo de personas que ejercen la política debe estar destinado a personas moralmente habilitadas, para el fin teleológico mayor, que es el bienestar de la sociedad o del pueblo, lo que supone que entre la política y la moral debe haber congruencia en las ideas y las acciones.

Mauricio F. Julio Q. es Abogado.

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