Luego de una vigencia de la democracia durante casi 38 años, aún no hemos conseguido superar viejos antagonismos del pasado, vencer complejos y situaciones que complotan contra la unión y bienestar de todos, conductas que deberían evitar más división y discordia, resquemores y odios contrarios a toda la comunidad nacional y serie de problemas causados por las condiciones de pobreza y subdesarrollo; estados de salud totalmente deplorables y, el eterno problema: educación no acorde con lo que nuestros niños y jóvenes necesitan.
Hemos comprobado que la democracia es el mejor sistema de vida del país y el mejor sistema, camino y meta de los gobiernos; pero, no se ha podido vencer condiciones que inclinan a la indiferencia general por los problemas que más afligen a la nación como son la pobreza, las enfermedades, la carencia de hospitales, clínicas, médicos, enfermeras y personal auxiliar que coadyuven a atender miles de enfermos atacados por el coronavirus que ya ha causado miles de contagiados y miles de muertos, ha determinado que todo esfuerzo sea dedicado a combatir al virus y atender la vigencia de pandemias que, de tanto en tanto, deben implantarse en todo el país.
Todo este panorama de falencias, urgencias y necesidades se deben, en su mayor parte, a las condiciones de pobreza reinantes en el país y que son debidas a la carencia de buenos programas de educación que nos saque de la ignorancia y podamos ponernos a la altura de los demás países mediante la cultura, la educación y la tecnología. Nuestra división es también atribuible a que casi nunca conciliamos medios y formas de unidad debido a la vigencia de grupos –políticos, empresariales, laborales, culturales y otros– que, conformando grupos retrógradas, determinan la presencia de crisis de diversa forma, pese a que bien puede afirmarse que toda crisis es un desafío para probar nuestra capacidad para vencerlas; en fin, situaciones que nos dividen más y que no encuentran espacios de conciliación, concordia y unidad. Soberbios y petulantes, existen en el país grupos que creen tener razón para todo, que son poseedores de las verdades aplicables al país; pero, no tenemos capacidad para reconocer que nada de ello es evidente ni cierto como para ser adoptado por el sentir general.
Unidos, solidaria y mancomunadamente, podríamos estudiar, examinar y aplicar remedios a múltiples problemas; pero, cuánto nos permite hacer nuestra forma de ser egoístas para no aplicar lo que bien sabemos podríamos tomar como solución; preferimos vivir en lo pendular de situaciones anómalas: de lo bueno a lo regular y de esto a lo malo sin decidir qué es lo más prudente, fiable y conveniente para que, conjuntamente, encaremos lo que haya que hacer.
Desde siempre nos vemos inmersos en diversos problemas y lo menos que se ha hecho es enfrentarlos con decisión y coraje y dejándolos para un “después” que nunca llega. A todo esto se agrega el coronavirus que no tiene visos de terminar porque es tal su contundencia que ya no deja tiempo para nada y lo poco que se hace con la colocación siempre irregular de vacunas, todo término del drama se hace lejano y hasta imposible. Ante todo, lo que ocurre es responsabilidad de todo el pueblo –gobernantes y gobernados- encarar con honestidad lo que cada uno puede hacer e incitando a los renuentes a los cuidados para que cumplan la parte que les corresponde abandonando la situación caprichosa de irresponsabilidad e indiferencia que adoptan y que durará mientras el final no les llegue y que, con seguridad, llegará más temprano que tarde.
Desde hace tiempo, a los problemas habidos, se agregan prevenciones y amenazas de acciones “hasta las últimas consecuencias” –que nunca llegan— y que no dejan de intranquilizar y preocupar al pueblo: huelgas, paros, bloqueos, inflación y crisis de todo y por todo; lo que más intranquiliza es la “posible acción del terrorismo” como si ya estuviese en cualquier frontera. No se olvida diseminar la especie de posibles discordias regionales o laborales. En general, se crean ambientes para creer y suponer hasta lo más imposible; corresponde, pues, que en cada hogar se haga acopio de coraje e indiferencia ante lo que se dice porque, de momento, la “misión” es crear intranquilidad, miedo y posiciones contrarias a todo porque se culpa a todos de todo. Es responsabilidad general desechar esta especie de batalla campal para sembrar espinas en la vida de la sociedad boliviana, antes de que se asiente en la sicología popular. Ante tanto cuadro negativo que se disemina, sólo corresponde mantener la serenidad y obrar consciente y responsablemente la parte que a cada uno competa.
En ninguna forma se puede esperar comportamientos honestos y responsables de quienes sólo buscan sembrar condiciones para que el desorden se expanda por todo el país con miras al caos. En todo caso, el gobierno deberá cuidar que el mal no cunda y se evite, por todos los medios, la mayor multiplicación de casos del coronavirus y la acción irresponsable de los que buscan descomposición social mediante paros, huelgas y bloqueos; se evite el ingreso al país de personas que sirven al terrorismo internacional desde sitios en que se trata de instalar grupos irregulares al estilo de los habidos en Colombia y el Perú hace varios años.
Es responsabilidad de todos los estantes y habitantes del país cuidar los derechos a la paz, las libertades y la justicia; no hacerlo significará que existe un nomeimportismo por los destinos del país y mucho más porque reinen la armonía, la unidad y la concordia entre todos los componentes de la nación.
Responsabilidad que es ineludible
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