viernes, septiembre 27, 2024
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Dios es bueno, pero no es menso

La percepción de Dios dentro de la sociedad occidental ha cambiado de manera drástica con el paso de los años. Se ha pasado de la idea de un Dios castigador y riguroso, a un Dios bonachón que todo lo perdona y acepta.
Ambas concepciones de la divinidad responden a circunstancias propias de cada época. Hasta mediados del Siglo XX Dios era relacionado con la imagen de un juez severo y castigador, atento a las posibles faltas de sus hijos. Esta percepción se encontraba ligada a las vivencias propias de una sociedad cerrada a los cambios característicos de la época, donde la juventud y sus nuevas inquietudes (música, arte, política, etc.) eran vistas como tentaciones del maligno. Ya en pleno Siglo XXI los jóvenes que en otrora eran vistos como rebeldes sin rumbo, se fueron convirtiendo con el paso del tiempo en padres y abuelos; la imagen del Dios castigador fue reemplazada por la de un Dios buenito y complaciente, que todo lo perdona y aguanta, que a nadie juzga. Un Dios sin requisitos, básicamente hecho a la carta. Una divinidad pusilánime que aguanta todo y a todos, una caricatura de Disney que anda repartiendo abrazos y besos por doquier.
El problema de esta concepción radica no en la bondad intrínseca que éste tiene, sino en la conceptualización errónea del Amor Divino. Si bien Dios ama y a la vez es Amor, no se puede llegar a confundir este Amor con permisividad. Dios nos ama infinitamente, pero para que este Amor nos lleve a la trascendencia tiene que ser correspondido y respetado.
Jesús nos enseña esto de manera concisa y sencilla en el relato de la mujer adúltera (Jn 8, 1-16) que consta de cinco partes: en primer lugar la visualización de la falta, que en este caso era compartida (mujer y fariseos); luego la imposición del castigo y la respuesta de Cristo (el que esté libre de pecado que tire la primera piedra); a esto le sigue la misericordia de Jesús (tampoco te condeno yo); sigue la advertencia de amor (vete y no peques más) y finaliza con la promesa del juicio justo. Esta última parte, referente al juicio divino, ha sido totalmente olvidada. El juicio de Dios no se fija en la apariencia ni en las formas, su juicio es verdadero y a la vez definitivo.
Si bien Dios perdona y es misericordioso, este Amor y este perdón tiene un límite y este límite es el tiempo que se nos es dado en vida. Una vez concluido nuestro tiempo, el juicio divino es definitivo, no hay marcha atrás; nuestras faltas nos condenan por sí solas si es que antes no hubiéramos buscado el perdón de Dios. En este sentido el infierno si existe, pues también en la misericordia viene intrínseca la justicia.
Las corrientes progresistas se han empeñado en tratar de eliminar esta percepción de Dios, ya que les es más fácil amoldar a sus ideologías un dios pusilánime y permisivo. La razón es simple, una sociedad sin miedo al juicio divino resulta más fácil de amoldar y manipular bajo una consigna de una libertad falseada, no razonada y sin límites morales.
Dios es bueno, pero no es menso. Perdona, pero también espera coherencia y conversión. Es puro Amor, pero a la vez también es justo. El dios tipo Disney es un dios falseado y pusilánime que nada tiene que ver con el Dios misericordioso y justo que nos presentan las escrituras. Es por ello que debemos tener siempre en mente las palabras del Evangelio: “Busca primero el Reino de Dios y todo lo demás se te dará dado por añadidura”.

Marcelo Miranda Loayza, Teólogo y Bloguero.

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